EL GRAN LEGADO DE UN TITÁN DE LA BANCA

Siete años de crisis han hecho mella en la mayoría de los empresarios pero Emilio Botín tenía la mirada más brillante que nunca. Presumía de que su banco era uno de los pocos de todo el mundo que había conseguido atravesar este huracán sin un solo trimestre de pérdidas, a pesar de que se había dejado no pocas plumas en el camino. Pero este año iba a ser francamente mejor, porque el negocio en España por fin deja de caer y eso le permitía rescatar una parte del enorme colchón de provisiones que el Banco se ha visto obligado a hacer. Una semana antes de morir desayunaba con Miguel Ángel Revilla y le preguntaba al líder regionalista: “¿Cómo me ves? –Fantástico, aseguraba Revilla sin pecar de exagerado.
En realidad, todo el mundo pensaba que Botín estaba mejor que nunca. Parecía cada día más convencido de que su misión era transmitir energía a los demás y cada vez se parecía menos al personaje adusto que era en 1987, cuando alcanzó la presidencia.
Emilio Botín padre murió sin haber llegado a desmentir la leyenda negra que le atribuía el haber obstaculizado muchos proyectos que hubiesen podido impulsar el desarrollo de Cantabria. Probablemente eran suposiciones inciertas, porque muy pocos santanderinos tuvieron un contacto directo con el viejo banquero como para dar pruebas fehacientes de ello. Una de las teorías sostiene que fue él quien rechazó que la refinería de Músquiz se instalase en la bahía de Santander. Si hubiese sido así, quizá Santander hubiese perdido muchas otras cosas, empezando por la calidad de vida.
En cualquier caso, el Banco había llegado a crear diez mil empleos y había hecho ricas a muchas familias locales que simplemente se limitaron a confiar ciegamente en Don Emilio, a mantener su paquete de acciones de la entidad y acudir a las ampliaciones.
A pesar de trasladar su residencia a Madrid, por razones operativas, su hijo, Emilio Botín García de los Ríos, tenía mucho más claro cuál debía ser su legado con Cantabria y que la mejor herramienta para ello era la fundación creada por sus tíos Marcelino Botín y Carmen Yllera. Con ella empezó a financiar algunos de los aparatos de alta tecnología que necesitaba el Hospital Valdecilla y, más tarde, la educación. Lo que le pedían, siempre que en ello viese un inversión de futuro, porque ni su ritmo era el cansino ritmo de una capital de provincias ni su tiempo era el pasado, en el que Cantabria parecía empeñada en regodearse.
Botín iba siempre por delante, con prisas. Y era extraordinariamente práctico. Lo suyo era banca y no los artificios. Cuando todo el establishmen pareció descubrir la ópera y decidió que era el signo de distinción, Botín llevaba años siendo instado por su esposa, la pianista Paloma O’Shea, a que le acompañase pero ya tenía decidido que eso le aburría soberanamente. Tampoco le interesaban las largas exposiciones doctrinales, ni que alguien se tomase tiempo para presentar elaboradas excusas. Él era un hombre de acción, de lo contrario, no hubiese podido comprar casi una veintena de bancos en 27 años como presidente, casi a uno por año. Pero sabía escuchar, y cada vez escuchaba más.
Nunca fue el banquero altivo, distante y convencido de que tener éxito es lo mismo que tener razón. Su hermano Jaime lo ha escrito: “Podía estar en desacuerdo conmigo, o con otros, pero su oposición nunca era absoluta, ni eterna. Después de discutir, si no le correspondía la decisión, apoyaba sin reservas el camino elegido por el responsable de tomarla. A esta cualidad iba unida una manga muy ancha con los pecados o errores de su gente y también, cosa esta muy rara, con los de gente ajena. Puedo asegurar que nunca conocí a nadie que olvidara antes las afrentas. A menudo me pregunté si ello era consecuencia de su escaso aprecio por sus propias virtudes o del desprecio por los improperios ajenos.”
Esa flexibilidad la demostró también con los dirigentes políticos, con los que siempre fue extraordinariamente respetuoso. Frente a los empresarios que presumen de que su poder alcanza a manejar a los políticos, Botín sorprendió a todos cuando a poco de ser nombrado presidente del Banco se presentó a hacer sendas visitas de cortesía a los alcaldes de Torrelavega y Santander. Otros pensaban que eran los alcaldes quienes acabarían por presentarse en sus despachos.
Ese mismo sentido de la jerarquía de lo público le llevó a apoyar las decisiones de cuatro presidentes de Gobierno distintos, si bien es verdad que parecía tener más feeling con unos que con otros, y no siempre con los del PP. La solicitud de una visita a Zapatero recién nombrado secretario general del PSOE, cuando no parecía tener muchas posibilidades de llegar a ser presidente del país a corto plazo, asombró a muchos, empezando por los miembros del Gobierno de Aznar: “¿Qué hacía Botín en Ferraz?”, se preguntaban convencidos de que el banquero le daba un protagonismo inmerecido al leonés.
Provocador, tacticista o simplemente respetuoso, volvió a repetir la jugada con su visita a la presidenta andaluza Susana Díaz, nada más ser nombrada.

Control de cerca

Botín no tenía ningún empacho en atender las peticiones de los políticos, pero todos ellos sabían que eso no les saldría gratis. El presidente del Santander nunca se limitó, como otras entidades, a dar algunas cantidades para causas nobles y olvidarse del destino. Él no descansaba hasta ver cumplidos los objetivos. Revilla ha relatado en alguna ocasión la presión que le originaban las llamadas que le hacía el presidente del Santander los domingos por la tarde para saber cómo iba el proyecto de Comillas, donde era uno de los patronos. La obligación de reportarle se convertía en un acicate para que nadie se durmiese en los laureles.
Tampoco se olvidaba de sus donaciones a Valdecilla. Es posible que no supiese de física nuclear, pero tenía muy buena memoria, y cuando alguien le dijo que un aparato de radioterapia de muy compleja instalación estaría funcionando en dos años y fabricaría su propio reactivo –un isótopo radioactivo–, el presidente del Santander no lo olvidó. Por eso, cuando el tiempo se cumplía y el compromiso no, llamaba con insistencia al director territorial del Banco para saber por qué aquello seguía sin funcionar, como si realmente su salud dependiese de la máquina.
Que el presidente ejecutivo de uno de los mayores bancos del mundo tuviese presente estas cosas sorprendía extraordinariamente a sus interlocutores de la región, que no siempre tenían la respuesta preparada.
Su relación con Cantabria era muy estrecha y la de Cantabria con él, más. Tanto que la comunidad tuvo que recurrir a Botín más veces de lo que se ha hecho público. A finales de 2011, cuando el presidente Ignacio Diego se vio incapaz de abonar la paga de Navidad de los funcionarios, tuvo que apelar al banquero fallecido. La Fundación Botín adelantó el dinero, algo de lo que nunca fueron conscientes los trabajadores del Gobierno, que cobraron a tiempo.
Botín parecía tenerlo todo en la cabeza, a pesar de haberse rodeado de un fantástico equipo directivo al que no tenía empacho en pagar muy generosamente. Muchos de ellos, de origen vasco, donde la banca siempre tuvo una gran cantera.
A pesar de que la personalidad financiera del Santander era muy acusada, nunca temió hacer fichajes, que se integraron con naturalidad. Otra cosa fueron las fusiones.
El pacto entre el Santander y el Central Hispano, que unió dos entidades con culturas financieras muy distintas, acabó como cabía prever. El Santander llevaba un camino imparable y el Central Hispano había surgido de una maniobra defensiva de quienes habían conocido tiempos mejores. Y, a pesar de las buenas maneras, Botín acabó por volver a reimplantar el rojo del Santander y a indemnizar generosamente a sus asociados, que abandonaron la entidad.

Audacia

El presidente del Santander empezaba a ser consciente de que una pizca de audacia no está demás en un negocio como el de la banca, siempre que las operaciones estén respaldadas por un buen equipo. Nada más llegar al Banco le cambio el nombre para quitarle el ‘de’. Ya no era el Banco de una pequeña ciudad, sino que se llamaba como una pequeña ciudad. Años después cambiaría el verde anodino por un rojo fuego que en nada recordaba a lo anterior, como tampoco la llama.
Si su padre gobernaba el banco a bordo del coche-cama del tren que le llevaba cada semana a Madrid, el hijo lo hacía a bordo de un avión que le conectaba con todas las grandes plazas financieras internacionales. Si su padre mantuvo una entente cordiale con el resto de los banqueros nacionales, él dejó de acudir a las comidas de confraternización y, a los pocos meses, dejó a sus colegas helados con una supercuenta de alta remuneración a la que no podían responder sin descapitalizarse.
Era algo más que un salto de generación. Era un salto en el concepto bancario, con vistas a alcanzar unos ratios de crecimiento desconocidos y conformar una marca global a partir de los mercados que mejor controlaba.
Botín significaba el triunfo de la autodisciplina y la determinación. Si en un principio, cada junta general suponía una pequeña tortura para él, la de tener que atender las preguntas de los periodistas, que a veces le obligaban a entrar en el resbaladizo terreno de la política, pronto empezó a sentirse como pez en el agua, hasta el punto que parecía agradecer esa pequeña expansión anual –siempre muy medida–. Incluso llegó a torear con soltura las durísimas intervenciones que cada año protagonizaba en la junta general un grupo organizado por Rafael Pérez-Escolar, un antiguo exconsejero de Banesto al que no le sentó nada bien la intervención del Banco ni su posterior procesamiento.
Todo esto eran, para Botín, los gajes del oficio. Ni más ni menos. Y nada de eso le quitaba el reconocimiento general, incluido el de los políticos y el del resto de los banqueros o el de los grandes empresarios, que más de una vez acudían a pedirle consejo. Probablemente el más directo y el más sencillo, porque nunca fue un hombre de retruécanos ni de complejas disertaciones.
En Cantabria se había ganado el aprecio general por su implicación en favor de la medicina pública, a través de la Fundación Botín, y de la cultura. Universia, la mayor organización de este tipo del mundo, quizá no hubiese surgido sin el campo de pruebas de la UC y es una iniciativa que la Universidad española siempre le tendrá que agradecer.
La trascendencia de este papel o el de haber lanzado la banca hispana a la conquista de los mercados internacionales es posible que no haya sido bien valorada dentro del país. Bastaría remitirse a la condolencia enviada por la Asociación de Corresponsales Extranjeros en España tras la muerte de Botín para descubrir la admiración que causaba esta pujanza en otros países. Dicen los periodistas foráneos que fue el empresario que más hizo por prestigiar la ‘marca España’. No les pasa desapercibido, como a otros muchos extranjeros, que en algunas de las mayores plazas financieras del mundo, como la de Londres, una entidad española siente cátedra de cómo se lleva un negocio bancario y más en estos tiempos en que España es asociada con la frustración y la crisis.
Hay otras aportaciones a la comunidad autónoma que han resultado más notorias, como las donaciones para hacer la réplica de Altamira o su activa contribución a la Fundación Comillas.
La lista es larga, pero habría que destacar dos inversiones muy relevantes. La primera, a cargo del Banco, el Centro de Proceso de Datos que se ha construido en Solares, la mayor inversión privada que se haya realizado nunca en la región (240 millones de eurros), y que va a tener continuidad en un edificio que albergará el primer gran archivo histórico de la banca, al que irán a parar los fondos documentales del Santander y de todas las entidades que ha absorbido dentro y fuera del país.

Flexibilidad

La segunda gran inversión de Botín en Cantabria se ha hecho a través de la Fundación familiar y es el Centro Botín, que el presidente del Santander ya no verá concluido. Su intención era haberlo inaugurado el pasado mes de abril, con ocasión del cincuentenario de la Fundación, pero los tiempos de Renzo Piano, el arquitecto, son muy distintos a los del banquero, y Botín admitió disciplinado que la obra se dilatase sine die. La única prioridad acabó siendo “que estuviese bien acabada”.
Piano ha declarado que Botín nunca le indicó qué debía hacer ni cómo, algo que quizá sorprenda a más de uno. Pero la obra ha revelado la ductilidad de ambos. Después de las durísimas críticas que mereció el proyecto inicial al ser presentado en varios foros locales, Piano optó por hacer sensibles variaciones, desde el emplazamiento a la forma del edificio. Quizá otro arquitecto de menos prestigio se hubiese negado a alterar sus diseños. Pero lo más sorprendente tanto de Piano como de Botín es la deportividad con que encajaron las críticas: “Las opiniones de la gente han sido muy positivas e inteligentes, porque nos han servido para mejorar mucho el proyecto”, declaró Botín sin complejos, al ser preguntado al respecto.
Si el CPD de Solares es una puerta a nuevas inversiones en el sector de la informática que resultarían vitales para la región, el Centro Botín va a ser un espaldarazo para impulsar sus muchos atractivos turísticos. Quizá no vengan cientos de miles de personas más, como algunos se apresuraron a augurar, pero lo que sí es seguro es que las actividades de la Fundación tendrán mucho mayor repercusión. En sus actuales instalaciones han pasado casi desapercibidas muestras como las del Arte Ife (antigua Nigeria) que después se exhibió en Londres, donde fue considerada una de las diez exposiciones más importantes de la década.
Todo ello compone un legado para Cantabria y para España que tardará en valorarse adecuadamente.

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