Los turistas siguen buscando el agua

Cantabria ha sido la primera comunidad española en tratar de aprovechar el tirón de las Google Glass para demostrar que no solo se puede viajar al pasado de Altamira, sino que puede hacerse desde la tecnología más futurista. A la Consejería de Industria y Turismo lo que de verdad le hubiese gustado era aplicar esa realidad aumentada al número de turistas, romper la tendencia del millón de visitantes anuales y volver a las cifras de 2006 o 2007.

El atractivo del agua

Tanto el Gobierno cántabro como los ayuntamientos han tratado de multiplicar los atractivos turísticos de una región que, de por sí, tiene ya muchos. La Milla Cultural de Santander es un buen ejemplo, con la construcción del Centro Botín y los museos que se están concluyendo bajo la Porticada y en la Catedral o la apertura del refugio de la Plaza del Príncipe. Es seguro que se convertirán en un hito más del recorrido que hacen los visitantes, pero no es tan seguro que atraigan por sí mismo a muchos turistas más. A pesar de todas las estrategias, el mercado de Cantabria se sigue moviendo por las expectativas meteorológicas y sigue siendo un turismo de sol y agua, por muchas estrategias de diversificación que se hayan buscado. La costa, donde se concentra buena parte de la oferta turística, tiene inevitablemente más ocupación que el interior, y este año el Mundial de Vela impulsará aún más la diferencia. Incluso una parte del turismo interior puede considerarse vinculada al agua, la de los balnearios.
Bañistas, surfistas, agüistas de balneario… siguen siendo el núcleo duro del millón de visitantes que llega a la región cada año y se reparte por una red de 480 hoteles, hostales y campings, a los que habría que añadir un número indefinible repartido por plazas informales, muchas veces no declaradas.
Unos viajeros fugaces, puesto que sólo permanecen dos noches como media y que cada vez llegan con menos disponibilidad económica. Este año, un cierto repunte del mercado interno (el que realmente le afecta a la región) y el Mundial de Vela, pueden mejorar sensiblemente la ocupación y los precios medios, pero quizá sea un espejismo en un desierto que ha forzado a los empresarios a disputarse los clientes bajando precios. Entre el verano de 2001 y el de 2008 el personal que atendía el sector hotelero cántabro aumentó en un 50% y llegaron a ser casi 4.000 personas, para atender las 22.000 plazas que ofrece la región. Pero desde entonces ese volumen de personal (buena parte contratado exclusivamente para los dos meses de verano) se ha reducido sustancialmente y en esta campaña, a pesar de las buenas expectativas que tienen los empresarios, no se pasará de los 3.000 trabajadores.
Ya no están los tiempos para más, porque la ocupación media por establecimiento ha bajado y, sobre todo, porque el gasto por viajero ha bajado aún más. Los precios de las habitaciones han caído desde entonces, un 13,2%.
Hoy no solo es más fácil encontrar una habitación que en 2008 o 2009, sino que también es más barato. A pesar de que en los últimos años apenas se han abierto nuevos hoteles, la guerra de precios que vive el sector desde hace años permite alquilar habitaciones a un precio que, si se computa la inflación acumulada en este periodo, es alrededor de un 30% más barato que entonces.

Concentración hotelera

Hay cosas en el turismo de Cantabria que parecen no cambiar, como la escasa presencia de los visitantes extranjeros, pero hoy son un 50% más que en el año 2000. Si entonces representaban el 14% de las pernoctaciones, ahora suponen el 18,5%, un porcentaje que aún es muy bajo en un país que recibe al año 60 millones de visitantes extranjeros. Sólo uno de cada trescientos extranjeros que llegan a España viene a la región o tiene la curiosidad de visitarla después de pasar por otras.
Otra de las circunstancias que pasan desapercibidas es el movimiento de las plazas hoteleras. La oferta es muy cambiante en función de los meses, pero en agosto, el mes turístico por excelencia, se ofrecen casi 800 camas menos que hace siete años, cuando el sector tocó techo. Las que han desaparecido corresponden a pequeños establecimientos. Esta reconversión silenciosa ha provocado que haya subido significativamente el número de plazas por establecimiento, que ya es de 46 en verano. Lo curioso es que en invierno ha pasado de sólo 18 camas por negocio a esas mismos 46 del verano. Es decir, que la concentración ha sido mucho más notable fuera de la temporada, cuando los bajos índices de ocupación disparan los costes de personal de los pequeños hoteles y hostales y no compensa mantenerlos abiertos.
No obstante, la estructura de personal no ha variado significativamente en este plazo y el sector hostelero genera aproximadamente un empleo por cada 8,2 camas.

Bajan junio y septiembre

Tampoco cambia la temporada. Por muchos esfuerzos que han hecho todos los gobiernos y los propios hosteleros para estirar el verano, los resultados son escasos. A comienzos de la pasada década, septiembre superaba el 50% de ocupación. Ahora, hace años que no pasa del 46% y solo el Mundial de Vela conseguirá romper esta mala racha. Con junio ocurre algo parecido, al bajar del entorno del 45% al del 40%, si bien es cierto que en los últimos años la meteorología, con una tardía llegada del verano, ha sido decisiva. Pero el auténtico problema es julio, un mes que siempre fue de temporada alta y que hace años que no llega al 55% de ocupación hotelera en la región (en 2012 ni siquiera llegó al 50%).
La evolución es pues exactamente la contraria a lo que se pretendía. La temporada no solo no se ensancha sino que se estrecha, con un periodo punta entre el 25 de julio y el 14 de agosto en el que ya ni siquiera está garantizado el lleno. Y tres semanas de éxito al año son muy pocas semanas para mantener los negocios, que han de sobrevivir los 365 días con una ocupación media, entre enero y diciembre, que no llega al 37%.

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