Pase VIP para no pagar
¿Qué es lo normal? Desde hace años, lo insólito gana terreno a lo convencional hasta poner en entredicho que exista la normalidad. Quizá solo sea un concepto estadístico, el promedio de muchas anormalidades, porque empezamos a asumir como cotidianos lo que ocurre en Gaza, que haya un país europeo en guerra o que el presidente del país más poderoso del mundo nos declare la guerra arancelaria a todos los demás, confundiendo flagrantemente lo que es un impuesto a los suyos (un arancel) con una sanción económica al resto del planeta, por habernos estado aprovechando de EE UU, supuestamente.
Visto que ni siquiera los grandes economistas norteamericanos o los patrones de las multinacionales han tratado de aclararle a Trump que sus ideas son estúpidas y absolutamente contradictorias con lo que pretende, tendremos que dar por buena esta nueva anormalidad y reconocer que, por mucho que supuestamente manden los lobbyes empresariales, no son capaces de torcer el rumbo de un líder político empeñado en caminar hacia el abismo.
Ahora que nada de lo que pasa en el mundo actual es neutral para el resto del planeta, en quince días hemos pasado de una revisión al alza de las previsiones sobre el crecimiento español a un quién sabe lo que puede pasar. Incluso lugares como Cantabria, cuya relación comercial con EE UU es muy pequeña (apenas el 1,9% de sus exportaciones), sufrirán el descenso del consumo como consecuencia de las fortísimas caídas de las bolsas.
Qué puede hacer un gobierno nacional para evitar un tsunami económico mundial? Casi nada. Y un gobierno regional, menos aún, porque cualquier política de contención resulta ridículamente endeble en situaciones semejantes. Tanto que los dos años de sosiego que ha tenido Buruaga pueden trastocarse en cualquier momento. Al anuncio de despido de la mitad de la plantilla de Bridgestone, en lo que poco han tenido que ver los aranceles de Trump, se pueden encadenar los aplazamientos de inversiones estratégicas, como los grandes centros de datos anunciados en el entorno de Santander, porque las angustiosas pérdidas de valor de las grandes tecnológicas norteamericanas van a interferir en sus planes. Tampoco están nada claras a estas alturas muchas inversiones en renovables (ya hay empresas valorando aplazarlas) y toda la industria del motor, con una gran presencia en Cantabria, afronta momentos de absoluta incertidumbre. El único sector con un horizonte claramente al alza, el de la defensa, tiene muy poca relevancia en la región.
Nunca hay que despreciar la posibilidad de pescar en aguas revueltas y la idea del gobierno cántabro de poner una alfombra roja a los inversores extranjeros que trasladen su domicilio a esta comunidad autónoma, eximiéndoles de cargas fiscales, puede atraer a empresarios del área más próxima a EE UU, como los mexicanos, que busquen territorios más fiables para sus inversiones, pero no deja de ser una herramienta muy discutible. Que dos residentes en Cantabria con las mismas rentas elevadas vayan a estar sometidos a una tributación autonómica por IRPF del 24,5% o del 0% por el mero hecho de que el segundo viene de fuera y ha hecho una inversión en la comunidad, es un agravio evidente. Podrá defenderse con el argumento de que generará riqueza por otras vías pero imaginemos que la empresa a crear en tan magníficas condiciones fiscales compite con otra local ya existente que, sometida a competencia tan desigual se viese muy afectada o, en el peor de los casos, tuviese que cerrar. ¿Nos parecía igual de acertada la medida?
No es una hipótesis tan descabellada, porque durante el anterior mandato del PP, Hergom se encontró con una situación parecida, cuando el Gobierno regional presidido por Ignacio Diego, puso alrededor de veinte millones de euros públicos para el desembarco de Nestor Martin, competidor directo de la compañía cántabra de estufas. Afortunadamente para Hergom, Nestor Martin no cuajó, pero aquella aventura fallida nos costó muchos millones de euros a los cántabros y de ella no queda nada, como no quedó casi nada de Haulotte, donde la implicación regional fue mucho menor. Al menos, del quebranto de GFB subsistieron unas magníficas instalaciones donde hoy hay una fábrica líder internacional. Son ejemplos de los muchos riesgos que asumimos cada vez que creemos inventar la pólvora.
Alberto Ibáñez