Otra forma de exportar
En el curso 2022-23, el último del que hay datos fehacientes, hubo en España nada menos que 602.663 extranjeros realizando cursos universitarios o postuniversitarios, y la cifra no deja de crecer. Ese año dejaron en el país 6.345 millones de euros, lo que indica bien a las claras que la educación se ha convertido en una de nuestras principales exportaciones, por encima de productos que en el pasado fueron nuestra principal fuente de ingresos del exterior como los cereales, las naranjas o los minerales.
Todos los gobiernos que han ido desfilando por esta autonomía han tratado de impulsar el comercio exterior, pero los resultados han sido pobres. Exportan las grandes industrias que siempre lo han hecho y pocos más. Sin embargo, Santander podría convertirse en una ciudad universitaria perfecta, por tamaño, por el atractivo de las condiciones de vida y por la relación coste-calidad de enseñanza que puede ofrecer.
Aunque en España tengamos el convencimiento de que solo las grandes ciudades tienen la capacidad de atraer alumnos foráneos, hay sobrados ejemplos de lo contrario, y basta repasar dónde están ubicadas las universidades más reconocidas de EE UU: Stanford se encuentra en una pequeña población californiana de 18.000 personas; Harvard es un pueblo de Massachusetts; lo más cercano a Yale (Connecticut) es New Haven, con 125.000 habitantes; Princeton tiene 30.000 habitantes y el MIT está en la Cambridge norteamericana, que no pasa de 118.000 vecinos. Lo mismo podríamos decir de las universidades británicas más famosas, Oxford y Cambridge, cuyas ciudades tienen 162.000 y 108.000 personas, respectivamente.
En Cantabria, Uneatlántico ha entendido perfectamente el potencial que tiene la clientela internacional deseosa de formarse en España y los resultados están ahí. A los diez años de llegar a la región cuenta con 583 alumnos extranjeros entre alumnos de grado, erasmus y posgrado. Estudiantes que pagan por la enseñanza pero que también pagan seis o nueve meses de alojamiento, según los casos, y que encajan como un guante en nuestro modelo turístico, con muchos establecimientos vacíos en invierno.
Es la prueba de que la exportación no es, simplemente, un tráfico de productos. Cada vez más, es un comercio de servicios, y quizá nos cueste mucho encontrar mercados para fabricaciones que se hacen más baratas en China, pero sí podemos competir en enseñanza universitaria, en software o en intervenciones quirúrgicas. Servicios en los que Cantabria está muy bien posicionada.
Si cambiamos la mentalidad, descubriremos que extraer zinc para enviarlo tal como sale a otros países tiene un valor añadido muy escaso, mientras que ofrecer grados y posgrados universitarios a extranjeros tiene un valor añadido muy alto y unos retornos a largo plazo imprevisibles. Los jóvenes que estudien aquí, algún día serán jefes de empresa en sus países y será mucho más probable que consideren nuestra comunidad en sus decisiones de inversión que si no hubiesen estado nunca, porque los estudios universitarios coinciden con la franja de edad que va a decidir gran parte de la vida posterior, desde la orientación profesional a la sentimental.
Mientras que hay mercados, como el de la alta tecnología, en los que posicionarse requiere algo de suerte, mucho tiempo y enormes inversiones, el de la educación internacional resulta relativamente accesible, como han demostrado Uneatlántico o Cesine, que también ha echado la caña fuera del país. Si la Universidad de Cantabria pusiese un auténtico empeño en conseguirlo comprobaría que puede lograrlo, porque ya dispone de muchos de los medios necesarios, algunos con tanto tirón como el Hospital Valdecilla.
Si las universidades privadas, con muchos menos medios, han dado este paso; si el Hospital Virtual Valdecilla ya está adiestrando médicos de varios países con sus simuladores y si la futura máquina de protones puede servir para formar a quienes manejarán otras que se van a instalar en el país, no hay motivo alguno para no dar ese paso. La nueva rectora de la Universidad de Cantabria, que mencionaba esta carencia en su programa, debería implicarse a fondo, porque el alumnado local no deja de reducirse, como consecuencia de la caída de la natalidad, y el coste por alumno se ha disparado de una forma inasumible, dado que tanto el número de profesores como el personal auxiliar o el mantenimiento de los edificios no se ha reducido en proporción, sino que ha aumentado.
Alberto Ibáñez