La nueva oposición

El mismo gen que hace que la militancia de Podemos prefiera que gobierne Mariano Rajoy a que lo hagan Pedro Sánchez y Rivera lleva al PSOE cántabro a la autodestrucción. No es un problema de política sino el ADN de la izquierda. Cuando los socialistas empezaban a ver pasar por delante de su puerta a sus rivales destrozados por los conflictos internos (PP, Podemos, Ciudadanos…) no han tenido mejor ocurrencia que sumarse a la catástrofe general y mostrar sus cuitas en directo.

La guerra interna que vive el socialismo cántabro no tiene nada que ver con la forma en que se gobierna la región sino que es el producto de una sola circunstancia: la victoria clamorosa de Pedro Sánchez en la comunidad autónoma abría una ventana de oportunidad para conseguir el poder que muchos esperaban, después de varios congresos resueltos por poco más del 50%, y no la han dejado pasar. Una amalgama de personas muy diversa, en la que se juntan supervivientes de viejas batallas, rencores de quienes no han visto satisfechas sus expectativas y la ambición de unos nuevos dirigentes locales incorporados en los últimos años para preparar una sucesión a medio plazo que no han querido esperar.

A esa revolución interna se ha sumado con entusiasmo la UGT cántabra, que estaba esperando su oportunidad desde hace algo más de treinta años y que ha sido decisiva con sus votos.

No es fácil saber si la militancia socialista decidió solo un cambio en la dirección del partido o también censuró con su voto a su propio Gobierno, pero el caso es que los nuevos dirigentes han desencadenado un proceso que a estas alturas se les escapa de las manos, porque en la política, como en el ajedrez, se sabe por dónde empiezan las jugadas pero, cuando se prolongan, no es fácil saber por dónde pueden acabar. Lo más sencillo hubiese sido evitar una crisis de gobierno y dejar transcurrir este año y medio, haciendo los cambios en las próximas listas, pero las prisas o la necesidad de que la ciudadanía visibilice el nuevo PSOE llevó a los recién elegidos a precipitarlos, en un proceso tan zigzagueante que es difícil saber qué cabezas concretas buscaba derribar. Parecía que bastaba con dar satisfacción a quienes pedían árnica con varios ceses de segundo nivel pero han acabado planteando un jaque a la reina, Díaz Tezanos, despojándola de varios alfiles y torres (el consejero de Cultura y las empresas públicas que controlaba la vicepresidenta regional) hasta dejarla aislada. Lo curioso es que ahora están en sus manos: toda la maniobra que ha desagrado el partido y su credibilidad será inútil si ella no dimite.

Para quien conozca la política, desde el mismo día en que ganó el congreso regional resultaba evidente que Zuloaga necesita más visibilidad de la que le ofrece la alcaldía de Bezana para ser cabeza de cartel en las próximas elecciones. Eso solo lo conseguiría entrando en el Gobierno y debía hacerlo con el cargo de vicepresidente, por eso de las jerarquías. Pero nadie entre los vencedores se atrevió a explicitarlo así, por el prestigio de Díaz Tezanos y por la dificultad para justificar ante el electorado una moción de censura de tal calibre sobre los propios. Sin saberla gestionar, la crisis se ha ido alargando y cada vez tiene peor salida, especialmente si el PRC fuerza a renegociar a la baja el pacto de gobierno, lo que dejaría muy tocada a la nueva dirección socialista.

Ni siquiera es la única guerra intestina en  esta legislatura que se le está haciendo muy larga a todas las fuerzas políticas. Cualquiera que buscase en Google estos días ‘crisis en Cantabria’ recibía un menú insólito: Crisis en el PSOE, crisis en el PP, crisis en Ciudadanos, crisis en Podemos, crisis en el Gobierno… La primera sensación, a la vista de semejante epidemia, es que no hay nada o casi nada que sobreviva en esta región. La segunda, es que no nos lo merecemos.

En cada partido, los protagonistas aseguran que lo hacen con la intención de sacarnos de donde estamos pero, a la vista de los destrozos causados, da la impresión de que regresamos a aquel futuro que prometía Hormaechea en 1991 y que nos llevó a encabezar los rankings de la política espectáculo, esta vez aportando un nuevo concepto de lo que es oposición. Antes eran los de afuera que trataban de impedir que un partido siguiese gobernando, ahora son los de dentro. Con tanto lío interno, los de afuera ya resultan irrelevantes.   Alberto Ibáñez

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