La buscada escasez de médicos
Una sucesión de decisiones razonables puede acabar en desastre, como le ocurrió a Kodak. La marca alemana desarrollo en 1975 la primera cámara digital pero, con buena lógica, decidió aparcarla para no comprometer su negocio de sus carretes fotográficos, en los que era líder indiscutible del mercado. Cuando quiso reaccionar ya era tarde, y en 2012 quebró. Con la política española de formación de nuevos médicos ha pasado algo parecido. La profesión consiguió imponer su criterio de cerrar el grifo, para que no salieran más de los que calculaba como estrictamente necesarios y el desastre está a la vista.
Las comunidades han entrado en una auténtica subasta para conseguir médicos. Cantabria ya les remunera mejor que el País Vasco, referencia habitual de los salarios más elevados, pero ni siquiera así cubre las vacantes ni puede evitar tener que cerrar algunos centros este verano.
Pocas cosas hay más previsibles que la evolución poblacional. No se sabe quiénes pero sí se sabe cuántos nacerán cada año, cuantos morirán y cómo evolucionará cada cohorte de edad, así que podemos estimar, con bastante exactitud, las necesidades. Aunque la inmigración pueda alterarlas ligeramente, por lo general es población joven que no requiere mucha atención médica.
Por tanto, lo que está ocurriendo no tiene justificación alguna, aunque todas las decisiones que nos traído hasta aquí las hayan tomado gente muy respetable, y no solo políticos. La profesión médica, a través de sus sociedades científicas, ha tenido una papel fundamental al restringir el número de nuevos titulados, para evitar la devaluación salarial que sufrió la profesión en los años 80, y las Administraciones se han dejado llevar del ronzal con una ingenuidad que ahora pagan muy caro.
Los médicos sostienen que abrir la mano devalúa la profesión, porque la formación será peor, pero quienes lo dicen se formaron en las facultades absolutamente saturadas de los años 70 y 80, y son profesionales de cuya capacidad no dudamos. ¿Ellos sí?
La segunda paradoja es que, al no aceptar más alumnos, las facultades públicas de Medicina han creado un importante mercado para las privadas. Esos estudiantes que rechazan, porque supuestamente sobran, y que se forman en la privada, luego son contratados por los hospitales públicos (?), y en las pruebas MIR demuestran que son igual de competentes.
Al limitar draconianamente las admisiones, solo entran quienes han obtenido las notas más altas en Bachiller y PAU pero eso no garantiza que sean los más vocacionales, como se está comprobando ahora. Los mejores en las pruebas MIR ya no quieren ir a las especialidades de prestigio sino a aquellas donde se puede ganar más dinero.
Más sangrante aún es la capacidad del sector público en meterse un autogol, ya que viendo venir la bola de nieve la ha dejado crecer hasta que no tiene solución, porque desde que entra un alumno en Medicina hasta que acaba la especialidad pasan más de diez años. ¿Quién puede esperar ese tiempo para resolver la escasez de médicos?
Pero aún hay más incongruencias: como no disponemos de bastantes médicos ‘de excelencia’, contratamos a otros que se han formado en el extranjero con muchas menos exigencias, y ¡qué paradoja! –otra más–, nos valen.
Es doloroso que la Universidad de Cantabria, afectada por un descenso de la natalidad que deja semivacías varias facultades, contemple impávida cómo se agolpan a las puertas de Medicina más de 4.000 candidatos de toda España y solo admita a 124 (una sobredemanda que no se da en ningún otro lugar del país) porque en Valdecilla no hay más espacio para realizar las prácticas sin incomodar a los servicios. ¿Cómo lo hicieron en el curso 77-78, por ejemplo, cuando hubo en España 83.033 estudiantes de Medicina, casi el doble de los 44.666 actuales? ¿Acaso entonces no pisaban los hospitales?
Despreciar esa demanda de jóvenes que quieren formarse, que resultan absolutamente necesaria para atender a la población y que podrían traer riqueza a Cantabria es un sinsentido. Si en otros momentos salieron magníficos médicos con muchos menos hospitales universitarios, es difícil entender lo que está ocurriendo.
El Estado y la autonomía no pueden seguir renunciando a establecer cuántos médicos deben formarse cada año, porque en todas partes el que paga decide, y dejarse llevar por los lobbies profesionales nos ha llevado a este desastre, que lo único que ha conseguido es empeorar el servicio sanitario prestado, desplazar alumnado a las facultades privadas y tener que recurrir a médicos del extranjero.
Alberto Ibáñez