Amortización general

Cuando vivíamos en la añorada burbuja de crecimiento, hubo quien defendía un aterrizaje suave, en la idea de que era mejor perder un poco que darse un batacazo, porque la economía sigue tan contumaz como en tiempos de la Biblia, con un revolcón de vacas flacas más o menos cada siete años, y no hay gurú que lo remedie. Ahora, ni siquiera nos queda esa opción. En el siglo XXI estamos condenados a los aterrizajes abruptos. Uno puede ser ministro, y tener a todos los grandes constructores del país haciéndole la ola allí donde aparece como si fuera el Rey Midas, anunciando obras por doquier, y a las seis semanas estar en el desempleo. O puede ser el secretario general de su partido y en poco más o menos el mismo plazo, que no le dejen entrar por la puerta.

En estos años he conocido muchos casos de ejecutivos todopoderosos que una mañana cualquiera recibían una comunicación para que abandonasen de inmediato su despacho, a veces entregada por un guardia de seguridad, pero eso no solía pasar en la política, donde la pérdida de confianza garantizaba, por lo menos, un puesto en el Senado. Ahora, es el pan de cada día. Se dice de un antiguo consejero del Banco Mercantil que había creído conservar su sillón tras la absorción por su rival, el Santander, que al oir al abuelo de la actual presidenta anunciar ante la junta general la amortización de varios de los puestos del consejo, entre ellos el suyo, tronó desafiante desde su asiento: “¡A mí, ni me amortizan ni me amortajan!”. Le sirvió de muy poco, porque la maquinaria que acababa de poner en marcha Don Emilio era una apisonadora con mucho camino por allanar por delante, como se encargaría de demostrar el tiempo.

Íñigo de la Serna ha perdido la batalla en el PP como la perdió Eva Díaz Tezanos al frente del PSOE cántabro o como la perdió Ignacio Diego, en su mismo partido. Todos ellos han sido amortizados en unos pocos meses por sus respectivas maquinarias internas y no se sabe muy bien por qué. Lo único que está claro es para qué, para que se sienten otros.

El fraccionamiento del arco parlamentario ha desencadenado consecuencias casi inéditas en la política española. Sin mayorías, solo se puede gobernar pactando y eso puede dar lugares a combinaciones extrañas, como ocurre en Italia, donde antistemas radicalmente opuestos entre sí han acabado por juntarse para hacerse con el poder.

Quizá los votantes no buscasen lo que está ocurriendo, pero nadie se puede quejar de que suceda lo que uno mismo propició. Y la misma debilidad de los resultados electorales ha llevado a que las estructuras internas de los partidos se tambaleen. Con mayorías absolutas, ninguna formación política se hubiese visto impelido a introducir las primarias y, de haberlas puesto en marcha, el líder las hubiese ganado de calle. Fuera del poder, o con un poder muy débil, el interior convulsiona y eso le ocurrió a Tezanos, luego a Diego y ahora a los sucesores de Rajoy. En el fondo, se trata del mismo proceso de rebelión de las bases, y quizá sea el procedimiento natural de renovación, pero es cruel porque no deja heridos. Los perdedores no tienen más salida que volverse a sus casas, que a este paso van a estar llenas de políticos amortizados.

El problema es que cada vez resultará más difícil encontrar sustitutos. Para presentar candidaturas a las elecciones regionales y municipales del año que viene (que incluyen las juntas vecinales) cada formación debería encontrar casi 2.500 nombres en Cantabria. ¿De dónde los van a sacar si en el último proceso interno del PP no se han presentado a votar más de 1.500 militantes y la mitad han quedado estigmatizados por los enfrentamientos internos? ¿De dónde los sacará el PSOE, donde votan unos 2.200 pero le ocurre exactamente lo mismo? Y no digamos Podemos, donde todos están enfrentados con todos, o Ciudadanos, que ni siquiera encuentra líder. En una situación de ruptura interna general en la que no sobrevivirán ni siquiera la mitad de los actuales parlamentarios autonómicos, es evidente que esta vez ningún partido será capaz de completar las listas, ni siquiera haciendo fichajes, y especialmente para el 90% de esos puestos electos que son no remunerados.

La realidad es que, o buscan la forma de recoser sus heridas internas en pocas semanas –porque no queda mucho tiempo– o llevan camino de la autoaniquilación, al menos en Cantabria. Y Revilla, mientras tanto, viéndolo desde la platea

Alberto Ibáñez

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