‘Me siento orgulloso de llevar 57 años aquí’
Chuchi Bedoya, propietario de Cafetería y Hotel Picos de Europa
Empezó con 14 años y ha cumplido 71 en la misma empresa que arrancaron sus tíos al trasladarse desde Espinama a Santander en los años cincuenta. Quizá por eso disfruta tanto pensando en lo satisfecho que se sentiría su padre al ver cómo el negocio que levantó su familia hace ya 75 años sigue creciendo. De un bar con altillo donde la gente del barrio jugaba la partida pasó a ser una amplia y moderna cafetería a la que después se sumó un hotel. Y ¿qué santanderino no tiene algún recuerdo vinculado a ‘Picos’? Su famoso sándwich California y los platos combinados marcaron una época, un punto de encuentro para pandillas de amigos, estudiantes y trasnochadores de distintas generaciones.
P. Pocas cafeterías con tanta solera como la suya. ¿Cuál fue su origen?
R.- Tenemos que remontarnos a los años 50 cuando lo fundaron dos tíos míos, Jesús y Francisco (Quico) Pando. Bajaron de Espinama y empezaron aquí al lado, donde está hoy el herbolario. Fue muy complicado para ellos. Hasta dormían en el bar, en un altillo. Quico muere en el año 66 y mi tía, que no tenía hijos, le propone a mi padre que venga a trabajar su parte, así que deja su puesto de trabajo en el teleférico, que por entonces se acababa de inaugurar, y nos vinimos toda la familia para Santander en torno al año 68.
P. ¿Cómo era aquel primer ‘Picos de Europa’?
R.- Pues un bar con mucha altura. En la parte de atrás tenía un cabrete, donde se llegó a fundar un club de ajedrez, el Torres Blancas, en el que se jugaron muchas partidas en los años ochenta. Mi tío Jesús, que era muy trabajador y llevaba ya mucho tiempo en la hostelería, se encargaba del negocio, al que se incorporaron mi padre y mi hermano, que había dejado de estudiar. Entonces mi padre, que era muy emprendedor y echado para adelante, animó a sus hermanos a comprar el local y decidió hacer una cafetería en dos plantas. La gran reforma se hizo en el año 71 y la obra fue terrible; supuso un antes y un después.
P.- ¿Fue entonces cuando empezaron a hacer los famosos sándwiches California?
R.- Sí, pasamos de ser un bar de barrio a una cafetería más moderna y empezamos a hacer esos sándwiches porque los habíamos conocido en una cafetería que estaba enfrente de Correos y se llamaba Kansas California, a la que yo iba con mi tía. Mucha gente se acuerda de ellos porque, como abríamos muy pronto por la mañana, todos los trasnochadores se tomaban uno antes de llegar a casa. En aquellos años también vendíamos muchos platos combinados, que también resultaban novedosos. Estaba Palma, pero por entonces apenas había caferías, eran todo bares.
P.- ¿Y cuándo empezó usted?
R.- En el 71, cuando mi hermano se tuvo que ir a la mili. No era buen estudiante y me quedé aquí, porque en la cafetería siempre tenía que haber alguien de casa. Estábamos abiertos 21 horas, solo cerrábamos de 3 a 6 de la mañana, así que trabajaba de sol a sol, entre doce y catorce horas diarias. Y mi padre también, siempre predicaba con el ejemplo. Era labrador y, cuando la gente le preguntaba por qué estaba aquí metido tantas horas, les respondía: “Aquí se está muy bien, no llueve, tengo agua…; estoy con techo y calentuco”.
P.- ¿Qué enseñanzas recibió de su padre y de su tío?
R.- El amor al trabajo, por supuesto, y el buen trato con el cliente. Mi tío era exquisito en ese sentido, el cliente siempre tenía la razón y nunca tuvo un problema con nadie. A mi hoy me cuesta mucho explicárselo a los chavales, que tratan de tú a cualquiera. Aquí siempre hemos querido que la gente se sienta como en casa, por eso muchos clientes pasan a ser amigos y te acaban contando sus problemas. Han pasado por aquí generaciones enteras. Antes, en la calle Cisneros, estaba Magisterio y los alumnos venían a la cafetería a ensayar la flauta para la asignatura de música. Muchos me dicen: “estudie más en Picos que en la escuela”.
P.- Luego, a la cafetería se le añadió un hotel. ¿Cómo ha sido la experiencia?
R.- Los años setenta fueron muy buenos, porque era novedoso y trabajábamos muy bien. Por eso, en 1984 ampliamos la cafetería e iniciamos la construcción del primer edificio de hotel, que abrió en el 87. En un principio, el hotel era el patito feo de la empresa, porque era pequeño (solo tenía 22 habitaciones) y nos costó mucho amortizarlo. Pero, a partir del año 2015 abrimos otro edificio, llegamos a 44 habitaciones y entonces las cosas cambiaron. Con el mismo personal prácticamente doblamos la facturación y ya era otra historia. Y tenemos planes de seguir ampliándolo en el futuro.
P.- ¿El negocio va a tener sucesión familiar?
R.- Ese es el problema, que tengo 71 años y cinco sobrinos, pero todos están en otra historia. Mi hermano Bano sigue siendo socio, pero ya se ha jubilado y mi hermana murió hace unos años y fue un gran palo para todos. A mí me gustaría que la propiedad siguiera en manos de la familia Bedoya. Este año cumplimos 75 años y que un negocio lleve tanto tiempo en la misma familia tiene valor porque mucha gente se cansa y lo deja. Yo no lo vendería ni por todo el oro del mundo. Mi padre solía bromear diciéndome que yo lo iba a vender en cuanto pudiera y me gustaría que desde allá arriba pensara que no le he decepcionado.
Más que el dinero, lo que más me preocupa es que los clientes y los empleados estén contentos. Llevamos una línea, tenemos un personal muy bueno y el negocio funciona solo, porque todo el mundo sabe lo que tiene que hacer. Me siento muy satisfecho del trabajo realizado. Llevo dado de alta desde el año 68, con 14 años, y me siento muy orgulloso de haber aguantado 57 años aquí.
P.- ¿Sigue viniendo muchas horas?
R.- Vivo justo enfrente y mi vida está aquí. No estoy todo el tiempo, pero trato de venir pronto por la mañana, echar una mano en lo que pueda, hacer algún recado, estar con clientes… Siempre tengo con quien hablar, vienen a saludarme. No me hubiera gustado dedicarme a otra cosa. Me gusta este gremio y aunque me preguntan por qué no monto algo en Espinama, porque soy de allí, tendría que dejarlo en manos de otros, y yo creo que en los negocios hay que estar encima.
P.- Después de tantos años ¿Cuál es su visión del sector?
R.- El problema de la hostelería ya no son las horas, sino los fines de semana. Es cuando realmente haces caja, pero la gente quiere tenerlos libres. En realidad, estamos las mismas horas o parecidas que la construcción o el comercio, pero los fines de semana son un problema porque la gente cada día valora más su vida personal, e incluso deja la profesión para irse a otros trabajos como el de repartidor, en los que ganan menos, pero tienen el fin de semana para ellos.
P.- ¿Tiene mucha rotación?
R.- No, tenemos una plantilla más o menos fija. Algunos llevan más de veinte años con nosotros y hemos prejubilado ya a cinco. Somos 33, entre el hotel y la cafetería, y casi no tenemos rotación. El 90% lleva aquí mínimo cinco años y tenemos buen ambiente.
P.- ¿Qué le gusta hacer cuando no está en ‘Picos’?
R.- Viajar. Suelo hacer uno o dos viajes todos los años. Voy con un grupo de amigos porque me gusta que me lleven y me traigan. El último ha sido a Vietnam y Camboya. Y también subir a Espinama con algún amigo para poder enseñarle donde nací y llevarle a los Picos de Europa.
Patricia San Vicente