Una ciudad que ya no puede vivir del dividendo

La evolución de la cotización del Santander y de sus repartos de beneficios ha condicionado la forma de vida de muchos santanderinos, que han pasado de la holgura económica a una forzada austeridad

Hay pocas plazas del mundo con tanta afición a la bolsa como Cantabria. Y el motivo es evidente, el Banco Santander. Durante muchos años, las cotizaciones que se colgaban al acabar los corros de Madrid en las puertas de forja de la sede del Paseo de Pereda creaban a su alrededor un pequeño corrillo de ‘barandilleros’ locales. Con la llegada de internet, cualquiera puede conocer lo que sube y lo que baja desde su casa en tiempo real, con lo que se perdió ese contacto tan directo de los accionistas que acudían al Banco casi a diario, pero nunca se redujo la proporción de interesados en los valores.

La mayoría no son grandes tenedores, aunque hay excepciones. Algunos deambulan por la calle sin llamar la atención, a pesar de poseer paquetes del acciones del Banco sorprendentes, como ocurría con el padre de los fundadores de Intra, el propietario de una cordelería de toda la vida que, con sus hijos, llegó a tener a comienzos de los años 90 casi un 2% del capital de la entidad, cuando ese paquete valía cien millones de euros. Tres décadas después, y con el banco globalizado, esa fracción vale mil millones de euros y ni la propia familia Botín llega a reunir de lejos esa proporción.

En su discurso telemático a los accionistas, durante la junta general, Ana Botín hizo hincapié en las limitaciones que impone el BCE para remunerar más a los accionistas, pero prometió volver a repartir, en cuanto sea posible, el 40-50% del beneficio.

El perfil más representativo es el de personas procedentes de esa misma burguesía tradicional que tienen un paquete de acciones mucho más pequeño pero que les ha servido durante décadas para mantener un nivel de vida más que digno. Personas para las que el sustancial recorte del dividendo que se vio obligado a aprobar Ana Botín nada más llegar al cargo, supuso una brusca pérdida de renta y de nivel de vida. Para ellos, los 60 céntimos por acción que mantenía Emilio Botín mientras vivió (incluso con riesgo de descapitalizar el banco, porque en los últimos repartía más de lo que ganaba la entidad), era casi tan importante como sus ingresos ordinarios.

Muchos de estos inversores son ya personas jubiladas y bastantes de ellos mujeres viudas que no tuvieron una vida profesional propia y que viven con una menguada pensión de viudedad. Personas que tuvieron unos ingresos medios-altos o muy altos y que ahora han de administrarse con unas cantidades modestas, lo que repercute en el nivel de consumo, que se ha hundido en los distritos del centro de Santander, un espacio geográfico que se ha convertido en un auténtico cascarón vacío, ya que permanecen los edificios pero el número de residentes es cada vez más bajo.

Un gotero vital

El dividendo del Santander era el gotero vital que disimulaba esa decadencia rápida e inexorable del casco histórico y de las manzanas y calles que surgieron tras el incendio. Por eso, la disminución del reparto primero, y la casi desaparición impuesta por los reguladores el año pasado, ha sido tan dañino para ellos en lo económico como la pandemia en lo sanitario. Una circunstancia que no se reflejará en las portadas de los periódicos, como aparece el cierre de una fábrica pero que afecta al nivel de vida regional tanto o más.

Puede que no sea un motivo de orgullo saber que una parte significativa de los cántabros ha mantenido su nivel de consumo gracias a lo que antes se conocía como cortar el cupón pero así es. Botín padre era muy consciente de lo vital que resultaba tener contento a los accionistas, a los que podía ver las caras casi cada día. Ahora, el Santander ya no tiene unos pocos cientos de miles de accionistas sino cuatro millones y están repartidos por todo el mundo, pero al banco le sigue apurando tener contentos a los fondos de inversión, que son sus auténticos propietarios, y a los accionistas particulares, tanto de España como de Iberoamérica. Por eso, una de sus preocupaciones es conseguir la autorización para volver a repartir dividendos lo antes posible (ha empezado con anticipo de 2,75 euros), aunque el año pasado tuviese que aflorar pérdidas en el valor de sus marcas internacionales por importe de más de 8.000 millones de euros.

Una vez pasado este sofocón, el Banco está en bastantes mejores condiciones para recuperar, en cuanto se lo permitan, los 20 céntimos por acción, que al valor actual representan una rentabilidad casi tan alta como la que tenían en el pasado los 60 céntimos, pero eso no va a consolar a los accionistas locales, que compraron a precios muy superiores.


¿Adiós a las juntas?

Cada vez es más improbable que vuelvan a celebrarse en Santander

La presidenta del Santander siempre tiene unas frases cariñosas para Cantabria en cada junta, en las que intenta tranquilizar a cualquiera que ponga en duda la cantabricidad del banco o un menor apego a la región de origen del que tenía su padre. Y este año Ana Botín volvió a excusarse por no celebrar la junta en Santander, obligada a hacerla virtual, como consecuencia de la pandemia, asegurando que en cuanto sea posible volverán a hacerse en la capital cántabra.

La realidad, sin embargo, puede que no sea esa. Hay muchas soluciones temporales que se convierten en definitivas y esta parece una de ellas, lo que va a resultar un duro golpe para la hostelería santanderina, que veía brillar un sol esplendoroso en plena temporada baja cuando la junta general del banco concentraba en Santander a dos mil personas de altísimo poder adquisitivo, entre altos ejecutivos de la entidad, empresarios, gestores de fondos de todo el mundo y un buen puñado de grandes accionistas.

Los consejeros de administración asistieron también a la junta a distancia. Este año han salido del consejo históricos como Rodrigo Echenique, Guillermo de la Dehesa, Ignacio Benjumea y Esther Giménez-Salinas, reemplazados por Marty Chávez, Gina Díez Barroso, Sergio Rial y Luis Isasi.

La propia presidenta reconoció a lo largo de la última junta que, si la reforma legal en tramitación acepta, como está previsto, que las sociedades puedan celebrar juntas telemáticas en tiempos ordinarios con la misma validad que las presenciales, el Banco cambiará los estatutos para poder acogerse a esa posibilidad.

Ana Botínb defendió que esta fórmula garantiza los mismos derechos a los accionistas e incluso más, porque no han de desplazarse a la ciudad donde se celebra el acto y el sistema virtual está avalado por varios organismos internacionales de prestigio que vigilan la gobernanza de las empresas.

Para el banco y para ella también es una fórmula mucho más cómoda. Evita un traslado masivo a Santander y la enorme tensión que se suscitaba en algunas juntas durante la intervención de accionistas muy críticos, como los que actuaban coordinadamente tras la intervención y venta de Banesto, orquestados por el exconsejero de aquel banco Rafael Pérez Escolar.

Las preguntas, que ahora llegan por escrito, solo se mencionan globalmente por temas, y se contestan por escrito. Durante la junta, la presidenta da respuestas genéricas con más o menos detenimiento, pero la presión ha desaparecido, incluso en las votaciones. Una propuesta de dos accionistas que figuraba en el orden del día para censurar la labor de la Ana Botín y de la mayoría de sus consejeros, fue desestimada sin ni siquiera votación. En total, 2 horas 45 minutos de junta, cuando algunas presenciales llegaron a durar seis horas.


La rentabilidad de dejarse llevar

Santander sería difícil de entender sin dejar constancia de que un buen número de familias locales que habían adquirido un modesto paquete de acciones del Banco en los años 40 y 50, consiguieron formar un patrimonio muy estimable gracias, simplemente, a las ampliaciones gratuitas y a la mejora de la cotización, además de los dividendos que recibían cada año. Es decir, dejándose llevar por el banco y por lo que hiciese D. Emilio, como era conocido. No son, pues, de extrañar las desmesuradas loas que oía el abuelo de la actual presidenta en aquellas juntas generales que se celebraban en los Salesianos, entre las que no hubiese sorprendido que alguno de los accionistas pidiese la beatificación.

Hoy, la capital cántabra vive de la administración autonómica, de la red de servicios que comporta y de las pensiones. Entonces vivía de los trabajos que proporcionaba el Banco y su grupo fabril (Nueva Montaña Quijano y Viesgo también eran suyos), de los dividendos y de una acción que nadie dudaba en que subiría eternamente. El nuevo milenio demostró lo incierto que es todo eso y deparó que una clase social que vivió holgadamente durante décadas ya no lo pueda hacer, como los viejos hijosdalgos.

Ese problema de Cantabria, y especialmente de Santander, no tiene solución fácil, al haberse convertido en una ciudad de clases pasivas. Los accionistas podrán recuperar, al menos en parte, la inversión que hicieron (desde que en octubre el Banco afloró la pérdida de fondos de comercio de sus inversiones extranjeras, a marzo la acción se ha revalorizado un 73%) y también regresarán parte de los ingresos que les proporcionaba el dividendo, pero los edificios del centro de Santander no se van a llenar de familias jóvenes con empleos bien remunerados. Ni pueden comprar esos pisos ni encuentran en la ciudad empleos bien remunerados, aunque tengan una mayor cualificación laboral, ni se puede vivir ya de cortar el cupón.


Las tripas del banco

El consejero delegado, José Antonio Álvarez, durante su intervención en la junta general.
  • Las oficinas cada vez tienen menos relevancia comercial. El año pasado, el 44% de las ventas del Banco se hicieron por canales digitales. En Gran Bretaña llegaron a ser el 80%.
  • La situación económica no es fácil, pero las estadísticas del Banco no deparan síntomas preocupantes por el momento. Aunque el año pasado, a la vista de la situación, concedió moratorias por importe de 112.000 millones de euros, el 79% de estos créditos ya estaban al día a finales de año y de los 23.000 millones restantes solo el 3% tenía un riesgo claro de impago, según la entidad.
  • El auténtico valor del Banco son los clientes. El Santander cerró el ejercicio con 42 millones de clientes digitales y con 23 millones de clientes vinculados por más de un producto.
  • En dos años, el Banco ha hecho ahorros de costes en Europa por valor de 1.000 millones. En vista del éxito, ahora se proponer ahorrar otro tanto en los dos próximos años.
  • El motor del grupo sigue siendo Sudamérica, donde el ratio de beneficio por unidad de inversión supera en muchos casos los dos dígitos, pero en el último año también ha mejorado muy sensiblemente el rendimiento en EE UU, donde ha conseguido 1.200 millones de dólares de beneficio.

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