Mº del Carmen Wunsch y Beatriz Betanzos. PALMIRA:

Ninguna de las dos se llama Palmira, pero Mª Carmen y Beatriz siguen administrando el nombre de su madre y abuela con un enorme respeto. La seriedad es el lema de esta saga familiar que se encarga de vestir los días más importantes de mujeres y niños desde 1928. Desde el gran taller de alta costura que ocupaban en una entreplanta de la calle del Rubio se trasladaron a una céntrica tienda a pie de calle, en Isabel II. Y de las mantelerías de encaje y las batas de batista pasaron a atender a todo tipo de novias, no solo a las más clásicas. Eso sí, sin perder el trato exquisito que animó a las propias clientas a solicitar para la matriarca la Medalla al Mérito al Trabajo a su retirada, en los años ochenta.

P.- ¿Cómo fueron los inicios de lo que hoy es Palmira?
María del Carmen.– Mi madre se estableció con un taller de confección artesanal en la calle del Rubio, en el que llegaron a trabajar 35 personas. Allí atendía a las clientas y tuvo otros tres talleres más. Fue una artista desde que nació y no necesitaba más que un metro y una tijera. De niña, su madre le compraba telas porque su mayor ilusión era cortar. Nunca empleó un patrón. Como un pintor, plasmaba su inspiración sobre la tela.
P.– Y usted siguió con el proyecto que había comenzado su madre.
M.C.– Después de terminar mis estudios de Dibujo (Diseño no había), continué al lado de mi madre como una colaboradora. Pero, mientras vivió, era ella por encima de todo. Viajábamos juntas a París y después presentábamos las colecciones.
P.– ¿Cómo pasan del taller de alta costura a la tienda actual?
Beatriz.– La confección dejó de tener tanto valor, el taller se redujo y empezamos a comprar casi todo hecho. Cuando mi abuela se jubiló, el negocio se cerró durante seis años y hace treinta lo volvimos a abrir mi madre y yo en el mismo lugar. Más tarde lo trasladamos a este local de Isabel II.
Mª C: Empezamos con un enfoque más adaptado a los tiempos. Queríamos conservar la calidad y la categoría pero teniendo en cuenta que la gente ya no quiere planchar tanto y necesita cosas más prácticas.
P.– ¿Qué se ha mantenido de Palmira a lo largo de ocho décadas largas?
Mª C.– La seriedad en el trabajo y la honradez por encima de todo. Y saber evolucionar con los tiempos. Hemos ido cambiando desde nuestra forma de venta hasta los productos en función de lo que demandaban las clientas.
P.– ¿Hay mucha diferencia con lo que se vendía antes?
Mª C.– Antes se confeccionaban juegos de cama, mantelerías y la canastilla del bebé. A la niña se le hacía desde el faldón hasta los vestidos de puesta de largo, verdaderas joyas en lencería.
B.– Al abrir de nuevo lo pusimos todo pero luego quitamos la lencería y nos centramos más en bodas, bautizos y primeras comuniones.
P.– ¿Y cómo ha cambiado la clientela en este tiempo?
Mª C.– Antes a las señoras les gustaba estar en casa con una bata bonita. Ahora se ponen el chándal. Tenían otra sensibilidad hacia lo artesanal y otra manera de comprar
B.– Es que trabajan fuera de casa y no tienen tiempo para mimar los detalles. Antes, entendían de telas y de encajes porque la ropa se hacía a medida y ahora entienden menos de telas pero están más informadas de lo que se lleva. Vienen pidiendo lo que han visto a un modisto en internet y no se dejan guiar.
P.– ¿Nunca han pensado en llevar el nombre de Palmira a otras ciudades españolas?
B.– Nos lo han propuesto en varias ocasiones, porque tenemos muchos clientes que vienen de Bilbao o de Palencia en busca de algo especial, pero no sería lo mismo. Quizá sea un defecto pero me gusta estar muy encima del negocio porque es muy personal y requiere mucho trabajo. Hemos heredado ese nombre y, mientras exista, le tenemos un respeto tremendo.
P.– Siendo un negocio tan personal, no les habrá resultado fácil formar un equipo.
B.–Es difícil dar con personas como las que tenemos, que sepan coser, planchar, que entiendan de diseño… No son simples dependientas, saben interpretar a la novia para vestirla de arriba abajo. Somos cinco personas y la mayoría llevan con nosotras mucho tiempo.
P.– Horas después de la boda real inglesa, los chinos ya habían fabricado una réplica del vestido de la novia ¿Temen que la fabricación en serie acabe con la artesanía?
B.– Ya está ocurriendo. La gente no valora si están diseñado para sacarle el máximo partido a la novia, sólo les interesa la marca. En lugar de llevar un vestido especial, único, prefieren el que llevó tal actriz o tal artista. Aquí intentamos guiar a la novia según el tipo de boda que vaya a celebrar, el cuerpo que tenga y su personalidad. Pero muchas no se dejan aconsejar y van a la moda pero no bien vestidas.
P.– ¿Y ese vestido único se lo pueden permitir muchos bolsillos?
B.– Los trajes van desde el pret a porter –que cuesta desde 1.300 euros– hasta la confección de alta costura y los modistos de categoría, que oscilan entre los 1.800 y los 4.500 euros.
P.– ¿Se han reducido los presupuestos con la crisis?
B.– Hay menos bodas, con menos invitados y se han reducido todos los gastos, también los del traje. En las comuniones se nota menos, porque muchas veces paga la abuela por la ilusión de haber llegado hasta ese día. Eso sí, se ha pasado de las lorzas y del organdí suizo a trajes más sencillos que se puedan aprovechar después.
P.– ¿Las novias de hoy lo tienen más claro o se siguen haciendo mil pruebas? 
B.– ¡Qué novia no se hace mil pruebas! Pero, en lugar de ir a un sitio concreto y confiarse a una persona, acuden a todos. La evolución es buena porque ahora visten como quieren y no cómo les dice su madre o su suegra. Además, se atreven con todo. Pero antes la clientela era más fiel. Ahora se llevan toda la información –no solo del vestido, también de la peluquería, del maquillaje o del ramo…– y te dan las gracias, hasta con una caja de bombones, pero luego se lo compran en otro sitio.
P.– Habrán vivido grandes momentos…
MªC y B.– Muchos, porque siempre nos queda la satisfacción de las que nos cuentan que el día de su boda se sintieron como una reina y de las que luego vienen con sus hijas a por el traje de primera comunión.
P.– ¿Recuerdan a alguna novia en especial?  
MªC.– En mi casa todas son igual de importantes, por eso tampoco hacemos descuentos a nadie. Esa era la base de mi madre, una persona caritativa que trabajó antes de la Guerra pero también después, cuando tanta gente se quedó arruinada. Pero ella siguió tratando a toda la clientela igual, aunque no les hubieran ido bien las cosas. En mi casa siempre hemos sido muy serios.
P.– En tanto tiempo habrán acumulado cientos de anécdotas 
MªC y B.– Tuvimos un niño de comunión que no quería el traje de marinero sino el de primera comunión de niña. ¡Los padres no se lo podían creer! En otra ocasión, una familia se dio cuenta, ya en la iglesia, de que habían dejado a la madre encerrada en casa, porque se quedó la última para recoger.

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