El gran despliegue de la arribazón

Mientras se escenificaba el desembarco de Normandía en la Segunda Playa del Sardinero, se producía otro desembarco tan llamativo o más en una playa de Santander menos conocida, la del Bocal, en Cueto, a dos kilómetros de la anterior. Decenas de personas, provistas de una veintena de destartalados jeeps casi históricos y de tractores coetáneos de los anteriores, se afanaban para sacar a tierra alrededor de un centenar de toneladas de caloca (gelidium), el alga con el que se fabrica el agar-agar utilizado en la cocina como espesante y en los laboratorios para el cultivo de bacterias.

La mar de fondo de días anteriores había traído a la costa una arribazón singular y la gran bajamar del día colaboraba en los trabajos, al liberar una gran porción de arena en una playa en la que, habitualmente, no suele quedar ninguna franja seca.

Esa misma circunstancia provocaba que los acopios de algas que se iban apilando en el arena tuvieran que ser sacados a tierra antes de que la pleamar anegase de nuevo la playa y todo el trabajo resultase baldío. Otro esfuerzo considerable, ya que el único acceso a la playa es una estrecha garganta alfombrada de grandes piedras por la que apenas caben estos vehículos, y el margen que deja la marea es, como máximo, de seis horas. Un trabajo muy coordinado en una calurosa mañana de domingo en la que los recogedores de las algas y su maquinaria, con cierto aire Mad-max, se mezclaban con los últimos bañistas del verano y con un final incierto, ya que dos policías municipales se presentaron en medio del tráfago de tractores y personas para tomar la filiación a todos los participantes en la recogida, a medida que el convoy de vehículos salía de la playa. Un acontecimiento que no parecía cogerles por sorpresa y aceptaban casi como inevitable.

Los municipales solo tenían orden de identificarles, para enviar los datos a Costas, que será la que compruebe quiénes están autorizados para esta actividad y quiénes no.

Por estar acostumbrados a la intervención policial o por simple resignación, el ejército que se afanaba por sacar el alga de la playa continuaba su tarea sin alterarse. El auténtico peligro para ellos es que les decomisen la mercancía, como ha ocurrido alguna vez y se la lleven a un vertedero, donde no le servirá a nadie. Pero esta vez, cuando llegue la decisión de Costas, las algas ya estará en los secaderos.

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