Lechugas de alta montaña
A un ayuntamiento de alta montaña como San Miguel de Aguayo se le asocia con explotaciones ganaderas y forestales o con el atractivo de sus paisajes para el turismo rural. Más insólito resulta imaginarlo como el lugar elegido para instalar un invernadero hidropónico del que saldrán cada año más de medio millón de lechugas, pero este proyecto, impulsado por el propio Ayuntamiento a través de la sociedad pública Fomento y Desarrollo Aguayo, ya es una realidad.
Un millón de euros ha invertido esta sociedad en poner en pie uno de los pocos invernaderos hidropónicos que existen en España, y el único construido a 850 metros de altura. Una circunstancia que ha exigido un cuidadoso estudio de las exigencias que debía reunir, entre otras cosas para evitar que se repitiese lo sucedido el pasado mes de enero, cuando una nevada de una intensidad desacostumbrada derrumbó parte de la estructura levantada. Este percance les obligó a comenzar de cero, y el nuevo invernadero ha sido calculado para soportar hasta 140 kilos de nieve por metro cuadrado, la misma resistencia que se exige para los tejados en la estación de esquí de Brañavieja.
La elevada inversión que ha supuesto la iniciativa para un ayuntamiento de poco más de 150 vecinos ha sido posible gracias a una circunstancia que convierte a este pequeño núcleo rural en uno de los más saneados económicamente de Cantabria: los impuestos que la compañía eléctrica Viesgo paga por la central hidroeléctrica del embalse del Alsa, que proporcionan casi las dos terceras partes del millón de euros que tiene el municipio como presupuesto anual.
Acabar con el desempleo
El paso dado por la Corporación, que continúa presidida por el regionalista Alberto Fernández, tiene que ver con la intención de distanciarse de la imagen que se ha transmitido de San Miguel de Aguayo como un ayuntamiento que gasta esos ingresos extraordinarios en vacaciones para sus vecinos, transporte gratuito o regalos navideños. Su realidad es la de una pequeña localidad rural que, como tantas otras, lucha por evitar el despoblamiento, pero que a diferencia de casi todas las demás, cuenta con recursos para adoptar iniciativas de desarrollo, como la de crear una empresa pública que ponga en marcha proyectos capaces de generar empleo.
Con la entrada en funcionamiento de este invernadero habrá siete puestos de trabajo que serán cubiertos por vecinos de la localidad, lo que significa reducir a la mitad el número de parados del municipio. Pero, si el desarrollo del negocio responde a las expectativas, en tres años San Miguel de Aguayo puede ser conocido como un ayuntamiento en el que se ha erradicado el paro.
Un invernadero muy avanzado
La idea del cultivo hidropónico de lechugas no fue la primera que se planteó la sociedad Fomento y Desarrollo Aguayo. El proyecto inicial fue una planta de biomasa para cogeneración, para lo que previamente se construyó un pequeño invernadero climatizado. También se planteó cubrir las necesidades de calefacción del municipio, con el fin de obtener una mayor prima para la energía producida, pero cuando se iba tramitar la autorización ante el Ministerio de Industria, el parón a las energías renovables decidido por el Gobierno de Rajoy hizo inviable el proyecto.
El invernadero pasó a ser la alternativa, pero en un formato muy especial, ya que se decidió dedicarlo a cultivos hidropónico, en los que el agua aporta todos los nutrientes que la planta necesita para crecer y las raíces no necesitan tierra sino que se desarrollan en un sustrato neutro humedecido. Se decidió también que el producto que mayor rendimiento económico podía dar, por la ingente demanda que tiene, era la lechuga, y en concreto una variedad muy consumida en Europa pero que apenas se produce en nuestro país, la salario, una hibridación de otras tres.
El cultivo hidropónico exige una instalación industrial compleja, con circuitos para la recirculación del agua y un sistema de calefacción que asegure la temperatura idónea para acelerar el proceso de crecimiento de las plantas. El circuito de agua cuenta con dos aljibes de 400.000 y 300.000 litros, soterrados bajo el suelo de la nave adosada al invernadero donde se encuentran las oficinas, la zona de envasado y paletización de las lechugas, una cámara frigorífica y la caldera de biomasa que genera el calor que precisa el invernadero en las épocas frías para mantener una temperatura que oscila entre los 18 y los 25 grados.
Para facilitar esa climatización, la instalación cuenta con pantallas térmicas movidas por un motor y una doble cubierta de plástico que, mediante unos infladores, crea una cámara de aire que actúa como aislante. Además de evitar la pérdida de calor, esa doble capa aporta más resistencia a la cubierta del invernadero.
El aljibe se alimenta de un manantial y aprovecha también las aguas de lluvia canalizadas por las bajantes de la nave y del invernadero. A ese agua se le añaden los nutrientes que harán crecer la planta, en la dosis exacta, controlada por ordenador, y sin los riesgos que supone el cultivo en tierra, como enfermedades o aparición de plagas.
Otra ventaja de los cultivos hidropónicos es la densidad, ya que se pueden agrupar las plantas mucho más que en los cultivos en tierra y, al no depender de la temperatura exterior y de los ciclos que impone la naturaleza, se produce durante todo el año. “Es la versión de la ganadería intensiva pero en una planta cubierta”, señala el ingeniero forestal Javier Peñalba, que ha dirigido la construcción del invernadero.
Todas estas ventajas explican el auge que están cobrando los cultivos hidropónicos, una técnica nacida en Israel pero en la que los holandeses han cobrado ventaja, convirtiéndose en maestros del cultivo en invernadero. De hecho, ha sido una multinacional holandesa la que ha proporcionado las semillas de lechuga para el proyecto de Aguayo y les ha asesorado sobre las características del plástico que debía servir de cubierta, ya que no todos dejan pasar la proporción de rayos ultravioleta que necesitan las lechugas para mantener el color rojizo de las variedades que se van a producir.
Además de elegir el tipo de lechuga que mejor salida puede tener en el mercado, el plan de negocio precisaba el tamaño mínimo que debía tener la explotación para ser rentable, y se ha levantado un invernadero de 3.200 metros cuadrados. Con esa superficie, una densidad de 24 lechugas por metro cuadrado y un ciclo de crecimiento de 45 días, la producción máxima será de unas 580.000 lechugas al año. “Hemos optado por aplicar ingeniería para conseguir más densidad y mayor rotación de producto que por tamaño de la explotación”, señala el responsable del proyecto.
Los promotores han decidido dedicar parte de la nave adyacente a la realización de pruebas de laboratorio que permitan mejorar la producción progresivamente. “Crearemos un microclima como el del invernadero –explica este ingeniero– y haremos pruebas con leds, con calefacción y con otro tipo de plantas para buscar la forma de incrementar la densidad o mejorar los procesos”. El objetivo es investigar si se pueden alcanzar las 44 lechugas por metro cuadrado y llegar así a una producción de 1.300.000 plantas al año, lo que duplicaría la rentabilidad del proyecto.
Para la puesta en el mercado de las lechugas se ha alcanzado un acuerdo con un distribuidor que las hará llegar a diferentes superficies comerciales. La lechuga se venderá ‘viva’ mediante un sistema de esponja que le proporcionará la humedad necesaria para mantener todas sus propiedades e incluso el ciclo vital hasta el momento de consumo.
Proyecto de ampliación y otras iniciativas
En el invernadero de Aguayo trabajarán siete personas, con lo que se cumple el objetivo perseguido por la corporación municipal, crear una empresa autosostenible y que genere un número de empleos significativo para las cifras de paro que tiene el municipio. Y si las expectativas se cumplen, se contempla ya la posibilidad de ampliar el invernadero. Terreno no va a faltar porque la instalación se ha levantado en la ladera de un monte de utilidad pública de 327 hectáreas y las construcciones se han hecho previendo su prolongación.
El proyecto incluye la plantación de 150 árboles de especies distintas en la ladera que asciende desde el invernadero. Con el tiempo, servirán de pantalla vegetal para proteger la instalación de posibles avalanchas de nieve y permitirán seleccionar las especies que mejor se adapten para una futura reforestación del municipio.
El cultivo hidropónico no es el único proyecto en el que trabaja la empresa municipal. En línea con la vocación ganadera de la zona, está estudiando la creación de un cebadero para vacas tudancas, aunque la inversión que precisa desborda la capacidad financiera del Ayuntamiento. Más factible parece otro proyecto para potenciar el turismo rural, una actividad hasta ahora inexistente en San Miguel de Aguayo.
El Ayuntamiento dispone de una parcela edificable de 4.000 metros cuadrados en la pedanía de Santa María y va a convocar un concurso de ideas para crear una propuesta de turismo rural diferenciada, que contemple desde paseos por el monte en quad, bicicleta o raquetas de nieve hasta cursos intensivos de idiomas o de formación para empresas, e incluso una piscina climatizada. El propósito es dotarlo de atractivos lo suficientemente variados como para que su ocupación no se limite a visitantes ocasionales de fin de semana y en temporada veraniega, sino que tenga un uso continuado.
Todas estas iniciativas persiguen cambiar la imagen de un municipio que suele verse como privilegiado (el ‘Mónaco de Cantabria’ en palabras de uno de sus concejales) por las ventajas económicas que le reporta la presencia de la megacentral eléctrica de Viesgo, pero cuyo equipo de gobierno ha decidido que esos recursos, además de mejorar la calidad de vida de sus habitantes, debe servir para asegurarles el futuro, creando empleo.