La costera más desconcertante

Las reiteradas llamadas de atención de los conserveros han tenido poco éxito en el Ministerio de Agricultura y Pesca, que en este año electoral parece más dispuesto a rectificarse si es para satisfacer las demandas del amplio colectivo gallego que a preservar la especie. Tampoco atendió las peticiones del Gobierno cántabro, que solicitó que se cerrase anticipadamente la costera el 20 de julio, y sólo lo consiguió por unos días, porque el Ministerio volvió a reabrirla casi de inmediato, al comprobar que en Galicia estaban apareciendo importantes puntas de pescado de buen tamaño. A esas alturas ya estaba consumida más del 90% de la generosa cuota anual y el Ministerio, presionado por los armadores gallegos, no solo aceptó la reapertura sino que les facilitó el seguir pescando al añadir un 10% inesperado con el argumento de que la del año anterior no llegó a completarse.
Sorprendentemente, un mes más tarde, seguía pescándose anchoa en Galicia, en una especie de segunda vuelta de la costera, con unos magníficos tamaños, de 30 a 32 peces por kilo y a un precio que no tenía nada que ver con lo que habían pagado los conserveros dos meses antes en las lonjas de Asturias, Cantabria y el País Vasco. Para acabar de completar las idas y venidas de esta campaña alocada, el Gobierno volvió a cerrar la pesquería a finales de agosto para reabrirla una vez más dos días después.

Poco control de tamaños

En un sector escarmentado por los cinco años que ha estado sin poder conseguir anchoa del Cantábrico, lo ocurrido este año es una temeridad. Y no por lo que se ha pescado a última hora o por la elevada cuota autorizada (20.000 toneladas), muy superior a la de años anteriores, sino por el hecho de que en su mayor parte se ha materializado en capturas de peces muy pequeños (entre 65 y 70 unidades por kilo) que nunca deberían haberse sacado del mar. Todo ello se ha traducido, según Aldo Brambilla, responsable de compra de anchoa en el Grupo Consorcio, “en una campaña complicada para las fábricas españolas que se dedican a la anchoa de calidad y que necesitan un tamaño mínimo para trabajar”. Por lo general, los semiconserveros cántabros con marcas de calidad utilizan tallajes de entre 30 y 35 peces por kilo.
Muchos conserveros locales han acabado comprando partidas en Galicia, entre ellos el presidente de la patronal del sector, Consesa, José Luis Ortiz, porque de todo el pescado anterior era muy poco el que podían utilizar o, en otros casos, para conseguir rebajar el coste medio, después de haber pagado lo anterior a precio de oro.
Desde Galicia esas compras se han interpretado como un aval hacia sus peticiones para seguir pescando después de que el Gobierno cántabro solicitase cerrar la costera, pero lo cierto es que la batalla de la patronal anchoera cántabra no estaba en el cupo sino en los tamaños de lo que se había pescado anteriormente. Unos peces tan pequeños que, en su opinión, ni siquiera han tenido utilidad para los pescadores, por su baja cotización. Son tallas que rayan el mínimo legal, pero hay quien asegura que las lonjas han llegado a hacer la vista gorda con partidas de hasta 90 peces por kilo, claramente inmaduras. Los conserveros llegaron a instar a que no se permitiese pescar peces de menos de doce centímetros “porque es ilegal y traerá a corto plazo el colapso de la pesquería del Cantábrico y su cierre”, recordando que esa circunstancia ya se dio en épocas recientes.
La industria cántabra ha utilizado este argumento para tratar de forzar al Ministerio a que decretase el cierre de la costera, algo a lo que el departamento de García Tejerina no ha accedido para no hacer perder a los pescadores gallegos una de las mejores campañas en mucho tiempo. Tampoco ha puesto mucho entusiasmo en comprobar los tallajes de los peces desembarcados para comprobar si, como decían los conserveros, no se ajustaban a la legalidad.

Competencia

En realidad, no es esa la única razón del descontento de los industriales. Saben que estos peces pequeños suelen encontrar comprador en Italia, donde las industrias de salazón sí los procesan, y en Marruecos, donde no dudan en utilizar, incluso, los bocartes más pequeños. Esas anchoas acaban por convertirse en un quebradero de cabeza para el sector local ya que, después de procesadas, una parte de ellas serán competidoras de las que se elaboran en Cantabria, y el cliente no siempre entiende de calidades, además de que en muchas ocasiones se deja llevar exclusivamente por el precio.
Los fabricantes extranjeros, que están afectados por la progresiva escasez mundial de la anchoa, esta vez se han encontrado en España con lotes muy baratos, que en otras ocasiones los pescadores del Cantábrico no hubiesen capturado, dado que los precios en lonja de estos bocartes son demasiado bajos como para cubrir sus costes. Este verano, en cambio, han entrado muy cerca de la costa, lo que suponía mucho menor gasto de combustible para los barcos, y en unas cantidades sorprendentes, por lo que la pesquería ha resultado menos costosa que nunca. Por eso, incluso ya iniciada la campaña del bonito, algunos barcos no han dudado en cambiar sus artes de nuevo para retomar la de la anchoa, que les permitía volver a dormir a casa, en lugar de permanecer en la mar al menos una semana y media, como exige el bonito.

Demasiado caro

Los conserveros libraban otra batalla distinta, la de poder conseguir un bocarte de tamaño medio-grande, apareciese donde apareciese. Para ellos, a los que les cuesta al menos 12,70 euros la hora de trabajo, es imposible competir con el producto pequeño, que exige mucha mano de obra, cuando en Marruecos se paga a un euro la hora y cuando los italianos pueden trasladar ese proceso a Albania, donde no pagan mucho más.
Eso ha conducido a que, a pesar de ser una costera abundante, los precios se disparasen en los lotes grandes. “Como consecuencia de la desesperación por obtener materia prima para mantener las empresas con sus trabajadores y trabajadoras (más del 90% son mujeres), los precios que hemos pagado han sido muy elevados, llegando a cotizar en algunos casos a más de 14 euros el kilo en lonja”, lamenta el presidente de Consesa.
En general, las cotizaciones han estado un 20% por encima de las del pasado año. Los calibres de 36 a 39 piezas, que pueden trabajar los semiconserveros de calidad, se han subastado en lonja a entre 4 y 6 euros el kilo y los lotes de 30 a 35 piezas han alcanzado un precio de entre 8 y 15 euros por kilo. “Veremos si los fabricantes somos capaces de trasladar estos costes al mercado”, deja en el aire Aldo Brambilla, de Consorcio, la mayor industria conservera local y una de las mayores del país.
Consorcio, a mediados de agosto ya daba por completadas sus compras de bocarte, aunque aún quedaba costera, después de haber comprado lo necesario para cumplir con sus previsiones de ventas del próximo año. Para esas fechas, en Cantabria se habían capturado más de 6.000 toneladas de bocarte, con un valor en lonja de 12,5 millones de euros.
Otros, como Juan Fernández, de Conservas Ana María, han tenido más suerte. Habían estado esperando, porque confiaban en que finalmente apareciese más pescado en Galicia o en el Norte de Portugal. “Cada uno hace una apuesta. Nosotros nos plantamos a media campaña y a rezar por que apareciera pescado más adelante. Y hemos tenido suerte”, dice. De haberse equivocado, para sostener la actividad de su empresa no hubiese tenido más remedio que acudir a intermediarios o recomprar materia prima a otros industriales, siempre a más precio. Un riesgo permanente que obliga a los empresarios del sector a estar siempre pendientes de la información que les suministran los compradores que tienen en distintas lonjas de España y en las de otros países ribereños y tomar la difícil decisión de cuándo comprar y a qué precio. El coste medio que consigan en la campaña determinará luego si acertaron o se equivocaron.
Dentro de esas estrategias está la decisión de acopiar materia prima para más o menos tiempo. Algunos han aprovechado esta costera gallega, que ha resultado a poco más de tres euros por kilo de media, para surtirse para 18 meses o más; o han echado mano de las anchoas más engrasadas y de buen tamaño que aparecen a final de campaña en el Canal de la Mancha, que se desembarcan en los puertos de Le Guilvinec y de La Tourballe, donde nunca faltan los intermediarios que compran para industriales españoles. Eso garantiza que sus fábricas trabajarán de continuo durante una larga temporada, pase lo que pase y a buen precio. Otros también tienen stocks, pero esta vez lo han pagado demasiado caro.

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