Montmartre; donde el coleccionista se convierte en lector
Aquí no se habla solo de una feria: se habla de un modelo de acceso al arte. Montmartre se presenta como un dispositivo curatorial y comercial diseñado para reducir fricciones, aumentar la comprensión del público y acelerar la circulación de obra con criterios. Su propuesta no romantiza el mercado ni lo demoniza: lo ordena. Y lo hace con una arquitectura simple y efectiva —descubrir, entender, decidir— que acompaña tanto a coleccionistas como a artistas en un recorrido sin ruidos.
Un enfoque de diseño de experiencia
Desde 1819 Art Gallery, Montmartre se concibe como una experiencia pensada al milímetro. La feria diseña decisiones. Despliega una hipótesis narrativa (materiales, genealogías, posiciones estéticas) y un set de recursos de lectura para el visitante: fichas claras, glosarios breves, referencias cruzadas y cápsulas curatoriales que contextualizan procesos y no solo resultados. La consecuencia es medible: la conversación deja de orbitar en torno a “gustos” para aterrizar en razones.
En ese marco, la figura del artista no es un suministrador de piezas, sino un productor de sentido cuya trayectoria se explica con transparencia: etapas, riesgos, inflexiones, corpus y proyección. La feria asume que comprender precede a adquirir y que la adquisición es una forma de lectura extendida en el tiempo.
Un mercado con método
Montmartre trabaja con un método de activación comercial que combina curaduría, acompañamiento y posicionamiento. El proceso incluye:
Selección con foco: consistencia de obra, madurez discursiva y potencial de crecimiento internacional.
Narrativas de valor: cada pieza entra a la conversación con su contexto (técnica, intención, conexiones con otras escenas).
Rutas de adquisición: formatos de pago, obras clave de entrada, propuestas de conjunto y seguimiento post-compra.
Proyección: mapeo de circuitos (residencias, galerías, ferias asociadas, publicaciones) para impulsar visibilidad sostenida.
No se prometen milagros; se ofrecen trayectorias. Y ese compromiso es el que perciben los coleccionistas: decisiones de compra que se sostienen en la lógica, no en la presión.
El elenco: pulso y diversidad sin ruido
La edición reúne a Alejandro Gaxiola, Alonso Camarero, Ana Sandonis, Antonio Galvez, Ari Xen, Betrix-Art, Catalin, Cecy Lopez, Consuelo Zaballa, D.Tin, De Mateo, Elena Rafart, Elena Sánchez Calatrava, Ella Es Arte, Félix Pantoja, Fernando Lázaro, Higuera, J.A. Del Río, Jack Avalos, José Alguer, José Andrés Prieto, José Laris, José María Nezro, Lalla, Luis De Casasola, Luis González Palacios, Luis Lorent, Manuel Cortizo, María Begoña, Massieu, Meneses, Mili, Nono, Olga Navarro, Óscar Macías, Patricia Caldevilla Egea, Patricia Vieyra, Pau Yoez, Perla María, Rafael L. Bardají, Ramírez Mata, Reya, Sebastián Goñi, Sofía Uriarte, Sol Alcaraz, Soren7.
La pluralidad no se presenta como catálogo azaroso sino como sistema: materialidades que dialogan, temporalidades que se tensan, poéticas que avanzan por contraste. La coexistencia de técnicas —pintura expandida, dibujo, collage, fotografía intervenida, escultura, soportes mixtos— convive con líneas de investigación sobre memoria, territorio, cuerpo, lenguaje y paisaje. El visitante transita un mapa donde cada nombre es un punto cardinal.
El coleccionista como lector activo
Montmartre reconoce a su público como lector especializado o en formación. Para quienes dan sus primeros pasos, la feria propone piezas de entrada que abren puertas sin sacrificar densidad conceptual; para quienes ya coleccionan con foco, sugiere series nodales y obras de tránsito que consolidan núcleos curatoriales en una colección. En todos los casos, el criterio es el mismo: coherencia.
Se entiende que la construcción de una colección es un proyecto intelectual y afectivo; por ello, la mediación renuncia a la jerga opaca y apuesta por claridad crítica. El resultado es una audiencia que se involucra en los procesos —bocetos, pruebas, cuadernos, archivos— y puede rastrear el camino de la obra desde la idea hasta el soporte final.
Ética de circulación: sostenibilidad y cuidado
La feria sostiene una ética simple: que la obra viaje sin perderse a sí misma. Conservación, embalaje, logística, documentación y trazabilidad forman parte del servicio. El circuito comercial se piensa como una cadena de custodias responsables. Vender no es “soltar” una pieza: es colocarla en un contexto donde pueda crecer, exhibirse, investigarse y, si es el caso, dialogar con otras obras de la misma genealogía.
1819 Art Gallery: infraestructura y visión
Detrás del dispositivo hay una institución que articula medios, curaduría y mercado: 1819 Art Gallery. Su trabajo no termina en la feria; activa colaboraciones editoriales, residencias, difusión en 1819 Art Magazine y conexiones con agentes del ecosistema. El objetivo es claro: convertir visibilidad en trayectoria y trayectoria en valor cultural y de mercado. La sinergia entre discurso y gestión es lo que permite que cada edición de Montmartre sea, más que un evento, un acelerador de procesos.
Una conclusión sin eslóganes
Montmartre pretende ser útil: para el artista que quiere crecer sin traicionarse, para el coleccionista que compra con criterio, para el público que busca entender por qué una obra importa hoy. Es, en suma, un ecosistema legible donde la sensibilidad convive con la estrategia y donde cada decisión —curatorial, editorial, comercial— está al servicio de algo más grande: que el arte circule con sentido.
Quien entre a Montmartre encontrará menos estridencia y más profundidad; menos promesas y más método. Y al salir, idealmente, no llevará solo una obra: llevará una historia bien comprendida y el deseo de seguir completándola en el tiempo.