Una injusta despedida para la Residencia Cantabria
En 1968, el Instituto Nacional de Previsión compró a la Diputación Provincial de Santander una finca de 70.000 m2 situada frente al Hospital Valdecilla. Pagó 85 millones de pesetas por ese solar, en el que se encontraba el campo de fútbol del Hogar Cántabro, y casi inmediatamente comenzó la construcción de la Residencia Cantabria, un hospital de 670 camas repartidas en doce plantas que fue inaugurado en agosto de 1969, solo ocho meses después, con todos los equipamientos. Quizá parezca increíble que se pueda hacer tanto en tan poco tiempo, a la vista de que el nuevo Valdecilla empezó a acometerse tras el fatal accidente de 1999 y no quedó concluido hasta 2015, pero cualquiera puede comprobarlo en los periódicos de la época.
Sorprende aún más que ese complejo, que costó 350 millones de pesetas, requiera ahora 24 meses para su derribo, a los que se deberían sumar los transcurridos estérilmente entre pleitos y polémicas desde que el Gobierno de Saenz de Buruaga adjudicó el contrato a Tragsa.
La Residencia ha sido un faro de la ciudad desde que se erigió. Si durante siglos las torres y fortalezas garantizaban la seguridad de las ciudades, en la segunda mitad del siglo XX, tener dos hospitales como Valdecilla y La Residencia, uno a cada lado de la carretera, generaban la misma sensación de entrar a un lugar seguro. Y el recién llegado adquirió un carácter más entrañable a partir de 1976, cuando se reconvirtió en Hospital Materno Infantil. Allí han nacido más de la mitad de los ciudadanos que hoy habitan la región, pero eso no ha servido para que se reconozca su arquitectura, avanzadísima para la época, compuesta por una enorme torre rectangular blanca precedida a sus pies por un curioso edificio poligonal radial.
Una incomprensión y una falta de reconocimiento tan injusta que ni siquiera aparece citado en lugar alguno el nombre del arquitecto, probablemente uno de los que el antiguo INP tenía en plantilla.
En esa loma, la Residencia tuvo que enfrentarse a los vientos inclementes del Atlántico llegados del mar y al tráfago hospitalario, lo que le provocaba inevitables achaques, que acabaron por crear una imagen de mala calidad, que no se compadece con las modestas cantidades asignadas a su mantenimiento durante los largos años de uso. Con poco más que parcheos internos ha perdurado más que muchos otros hospitales, porque, después de considerarse oficialmente amortizado al cumplir 25 años de uso, se decretó su cierre, pero las circunstancias obligaron a que resurgiese prestando servicios impagables durante otros 22 años más, mientras se construía el nuevo Valdecilla.
Es posible que el coste de rehabilitar la Residencia para asentar en ella el Parque Científico de la Salud superase al de un edificio nuevo, como ha defendido el actual Gobierno, pero ni ese reemplazo va a ser rápido ni sabremos cuánto costará realmente su sucesor hasta que se construya. El discutible hecho de que derribarla vaya a dilatarse el triple del tiempo que se necesitó para levantarla, por muy cautelosa que sea la retirada del amianto, ya anticipa que el proyecto del Gobierno regional va para muy largo, porque una vez pasen estos 24 meses de desmontaje habrá que iniciar la nueva construcción, que va a llevar mucho tiempo más del que exigió La Residencia, aunque ahora se disponga de máquinas y materiales que no había en 1969.
Lo probable es que no veamos ese PCTCAN de la salud en esta década, y suponer que los laboratorios y las empresas que se han comprometido a ocupar sus dependencias van a estar igual de interesadas en 2032 o 2033 es mucho suponer, con la volatilidad del mundo actual. La aceleración de los acontecimientos que estamos viviendo ha llevado a que pocas compañías hagan ya previsiones a más de cinco años, a sabiendas de que son completamente inútiles.
El Parque Científico de la Salud es una buena iniciativa pero lo único real en este momento es que no empezará a construirse en esta legislatura. A día de hoy, ni siquiera tenemos una infografía que indique vagamente cómo será lo que el Gobierno regional pretende construir ahí.
En cualquier caso, La Residencia, ya que ha sido condenada a desaparecer, merece hacerlo con más honores de los que se le han tributado hasta ahora, los que corresponden a un edificio que prestó un servicio vital durante 47 años y fue lo primero que vieron 250.000 cántabros nada más nacer.
Alberto Ibáñez



