La amistad entre Gutiérrez Solana y el indiano de origen torrelaveguense Alfredo Velarde
El empresario de cines y teatros exiliado reunió una importante colección de Solanas que se han visto en España casi un siglo después de salir

La galería madrileña Leandro Navarro ha expuesto, por primera vez, los cuadros, dibujos y cartas del pintor José Gutiérrez Solana que atesoró su amigo torrelaveguense Alfredo Velarde antes de salir hacia el exilio en Chile en 1936. Velarde, nieto de un antiguo alcalde de Torrelavega, fue un erudito y reputado crítico en el país andino, además de copropietario de algunos de los cines y teatros más importantes del país. Son obras de gran importancia que nunca habían vuelto a verse en España.
Cuando dentro de un año se abra el centro de exposiciones Faro Santander, en el Paseo de Pereda, mostrará la magnífica colección que el Banco Santander atesora de José Gutiérrez Solana, el pintor de origen cántabro nacido en Madrid, pero antes de eso, la capital de España ha exhibido por primera vez otra muestra de gran importancia, las obras que reunió su amigo Alfredo (Fernández-Vallejo) Velarde, nieto de un alcalde de Torrelavega de comienzos del siglo pasado, que salió de España al comenzar la guerra civil y permaneció en Chile hasta su muerte, en 1983.

Velarde era hijo de Alfredo Fernández-Vallejo Velarde y de Julia Martínez, que emigraron a Valparaíso, aunque se restablecieron en Torrelavega en 1920, donde seguían viviendo sus tíos, primos y abuelos. En la capital del Besaya conoció a su esposa, María de los Ángeles Sollet (1906-1984), con la que tuvo dos hijos, Paloma y Alfredo Valentín.
Por su parte, el pintor era hijo del médico José Tereso Gutiérrez-Solana, a su vez hijo de una mexicana y de un cántabro de Arredondo, que había vuelto a la tierra de sus antepasados, donde se casó con una prima suya.

Dos historias familiares parecidas tanto en la emigración como en el retorno y la coincidencia en el año de nacimiento, 1898, pudo favorecer el contacto entre Velarde y el pintor, aunque ninguno de los dos nació en Cantabria. Velarde lo hizo en Valparaíso y Gutiérrez Solana en Madrid.
En Santander no era difícil coincidir y más en los círculos culturales, en los que Velarde estuvo muy presente y donde pronto se afianzó como crítico de arte. No solo trabó amistad con Gutiérrez Solana sino que en esos años 20 del pasado siglo le compró cuadros y dibujos que hubiesen podido ser muchos más de no estallar la guerra civil y salir al exilio.
Son cinco magníficos óleos de los que apenas se tenía noticia en España, puesto que en casi un siglo no se volvieron a ver aquí, además de dibujos y numerosas cartas que se cruzaron entre ellos. Un material que acaba de exhibir la galería madrileña Leandro Navarro.
Dos retornados que se apoyaron
Velarde, que rehizo su vida en el país andino como empresario de cines y teatros, además de convertirse en uno de los más reputados críticos de arte chilenos, fue uno de los primeros defensores de la calidad artística de Gutiérrez Solana y un buen apoyo cuando el pintor, que se había trasladado a vivir a Santander con su madre y hermano, pasaba momentos difíciles.
La muerte de su padre le había afectado profundamente a Solana y los problemas de salud de su madre, ingresada en un psiquiátrico, le llevaron a refugiarse en su hermano y probablemente fueron la causa de su característica paleta de colores manchados y de sus personajes y temáticas.

Entre 1909 y 1917 hizo frecuentes viajes por España dibujando escenas de carnavales, cementerios, hospitales, burdeles o toros. Producto de su relación con intelectuales de la época, que frecuentó en Madrid, pintó su famoso lienzo ‘La tertulia de Pombo’. Por entonces, empezaba a ser un autor reconocido, hasta el punto que Gómez de la Serna (uno de los que aparecen en el cuadro) escribe una biografía suya en 1918.
El Ateneo de Santander le ofreció la posibilidad de mostrar su obra y Solana no tardó en participar en exposiciones internacionales. Aunque en París no consiguió el reconocimiento que esperaba, en esos primeros años 20 ya hubo instituciones extranjeras que compraron cuadros suyos y le facilitaron exposiciones en Amsterdam, La Haya y Nueva York.
En 1930 recibió el primer premio de Bellas Artes de Madrid y tres años más tarde ganó el Concurso Nacional de Retratos. Para entonces había expuesto en media Europa y a su vuelta a París (1936) obtuvo el éxito clamoroso que la capital gala le había negado anteriormente. El Estado francés compró dos de sus obras que ahora se exponen en el Centro Pompidou.
Esa presencia en Francia coincidió con el comienzo de la guerra civil española, lo que hizo permanecer en el país, igual que su amigo Velarde, aunque en diferentes lugares. Ambos se comunicaron frecuentemente en esa época a través de cartas en las que refieren sus circunstancias y sus opiniones sobre la guerra.
Las vidas paralelas de Velarde y Solana (que también es hijo de una indiana) se separan en 1939, cuando el pintor y su hermano deciden abandonar París y volver a España. Velarde, en cambio, opta por la tierra en la que nació.
En sus cuadros, Solana mantendrá a lo largo de toda su vida sus pinceladas gruesas y empastadas, las composiciones con personajes a modo de retablo y unas temáticas cuyas raíces parecen hundidas en la España negra de Goya: carnavales y fiestas del pueblo llano en las que la única alegría parece producto del alcohol; la religión (vista con un enorme tremendismo y distancia) y la muerte. Todo con un tono sombrío: las calles, las casas, los personajes y hasta la tenue luz transmiten la tristeza del momento vivido y una personalidad tan propia que Velarde sostiene que no tiene precedentes. Unas obras que tienen adeptos rabiosos pero también detractores, porque Solana nunca pintó para agradar y menos a la clase social a la que pertenecía, la alta burguesía.
La exposición de Madrid
La Galería madrileña Navarro ha querido hacer con esta exposición un homenaje al fundador, Leandro Navarro, que fue uno de los principales coleccionistas y promotores de la obra de Gutiérrez Solana.
La exposición ha permitido volver a ver cinco óleos sobre lienzo y cuatro obras sobre papel fechados entre 1907 y 1937, además del extraordinario archivo con cartas autógrafas de Solana a Velarde escritas a lo largo de diez años de amistad, así como catálogos y crónicas sobre exposiciones del pintor durante los años 20 y 30.
Un rescate de gran relevancia histórico-artística pues Velarde conservaba algunas de las mejores piezas de Solana, como Retrato de anciana de 1907-1908, La Dolorosa, de 1921, que mide dos metros o Máscaras en Segovia, un carnaval apenas conocido.
La historia de los Velarde
La vida de Alfredo Velarde en Chile también merece atención. Tras permanecer en Francia entre 1939 y 1939, su padre le pidió que se fuese a Chile y así lo hizo. Se embarcó en Génova con su esposa, sus dos hijos y todos sus libros y sus cuadros, incluyendo las obras de su amigo Solana.

Allí siguió los negocios de su padre, Alfredo Fernández Velarde (en algún momento prescindió del Fernández), que llegó a Chile a finales del siglo XIX, con 17 años, procedente de Torrelavega y se casó con Julia Gómez Martínez.
Con mucho esfuerzo y tenacidad, primero en Concepción, luego en Talca, y finalmente en Valparaíso, pasó de empleado de tiendas ajenas a empresario. En 1887 montó, con un socio local, una propia con el curioso nombre de La Sombra. En 1920 constituyó, con otros socios, una empresa de importación de tejidos, y confección de ropa para hombre, que ya no regentaría, porque dio por concluida su estancia en el país.
Su hijo Alfredo, que había estudiado en la carrera de Derecho en Valparaíso, abandonó en 1920 el Nuevo Mundo, y se estableció –al igual que sus padres y sus dos hermanos, Armando y Amparo– en Santander, capital de una provincia que conocía por entonces una importante actividad renovadora, con figuras como Daniel Alegre, Ricardo Bernardo, Jesús Cancio, Rufino Ceballos, José de Ciria y Escalante, José María de Cossío, Pancho Cossío, Gerardo Diego, Jesús Otero, Ángel Espinosa, Manuel de la Escalera, José del Río Sáinz, José Simón Cabarga, Ramón y Víctor de la Serna o José Villalobos Miñor, entre otros.
La vida de Alfredo Velarde en Santander era cómoda y le permitía participar de una forma muy activa en el ámbito cultural, donde alcanzó prestigio como intelectual, pero la guerra civil truncó esa placidez. Alfredo era el miembro de la familia más comprometido con la República y acabó huyendo de España y volviendo a su Chile de origen.

Una vez allí se mantuvo vinculado con la cultura y consiguió el éxito como empresario, junto a su familia, en la explotación de las salas de cine Velarde, Pacífico y Paraíso y del Teatro Velarde, fundado en 1931 por su padre. En Viña del Mar también eran propietarios del cine Rex y en Quilpué del Cine Velarde.
A sus cualidades de erudito y persona de mundo siempre se añadió una visión muy certera de lo que ocurría a su alrededor. Su opinión de 1930 sobre Solana sigue siendo igual de válida hoy: “Solana está fuera de su tiempo […] Es lo que se llama un pintor que no está a la moda y por eso será un pintor que nunca pase de moda”.
Alfredo Velarde Gómez murió el 6 de mayo de 1983 en Viña del Mar, a los 85 años. De su legado empresarial queda poco a día de hoy, ya que los cines y teatros acabaron afectados por una progresiva decadencia, hasta cerrar o pasar a manos de las respectivas autoridades municipales. Dos de estos antiguos Teatros Velarde siguen ejerciendo un importante predicamento cultural en sus respectivas ciudades, aunque perdieron el nombre al cambiar de manos.



