El carrusel de los disparates
El espectáculo de la política en España es tan lamentable que parece imposible empeorarlo, pero las costuras del sistema están puestas a prueba en medio mundo occidental. El planeta es, más que nunca, un carrusel alocado en el que todo pasa ante nuestros ojos a gran velocidad y reflejar lo ocurrido en un mes resulta casi tan trabajoso como meter la historia de la Humanidad en un único tomo.
En el mismo momento en que líder del PSOE se agarraba desesperado al flotador de una regeneración del partido que han acabado pagando quienes nada tenían que ver, Feijóo salía exultante de un congreso de aclamación en el que lo poco que se decidía no deja de resultar sorprendente, una vía libre a pactar con los independentistas de Junts para llegar al gobierno, “si se garantiza el orden constitucional”, lo que no deja de ser lo mismo que expresaba Sánchez tras pactar con Puigdemont, que ahora estará desconcertado. Quizá se llame realismo político, pero ni será fácil de aceptar por unos votantes que lo han venido considerando una traición a la patria ni es realista suponer que se puede alcanzar el acuerdo con el fugado a Waterloo manteniendo la orden de captura y metiéndole en la misma alianza de gobierno que a Vox.
Tanto el tono sombrío del Comité Federal del PSOE como el exultante del congreso del PP no pueden entenderse sin lo ocurrido en las semanas anteriores, el escándalo de Koldo, Ábalos y Cerdán, que ha puesto al presidente Sánchez contra las cuerdas como nunca antes lo había estado –y han sido muchas las veces en las que ha estado acorralado–.
Una tensión máxima que ha hecho olvidar la cumbre de la OTAN en una semana, a pesar de que ahí nos lo jugábamos todo. La sumisión a la posición de Trump de exigir a todos los demás socios que gasten en Defensa el 5%, cuando EE UU no lo hace, es una demostración de poder para su auditorio interno, ante la que los europeos han agachado la cabeza de una forma innoble (el mail del jefe de la OTAN a Trump es patético y que Trump lo haya divulgado, aún más). España ha salvado el pellejo como ha podido, porque llegar al objetivo del 5% no será fácil ni probable para ningún país (veremos si alguien lo cumple en 2029 cuando se chequee la evolución y ya no esté Trump). En nuestro caso sería absolutamente inverosímil, nunca nos hemos acercado, ni de lejos, al 2% al que se comprometió Rajoy en su día.
La cifra del 5% se ha trivializado, como si el objetivo fuese esa porción de los Presupuestos del Estado, que no sería pequeña hazaña, pero lo que nos piden es dedicar cada año el 5% de toda la riqueza que produce el país (1,6 billones de euros el pasado año) una cifra casi tres veces superior a los Presupuestos del Estado (583.000 millones). Es decir, habría que dedicar nada menos que 80.000 millones de euros cada año. Dado que la dotación para Defensa en este ejercicio era de unos 14.000 millones y se ha recrecido con transferencias hasta llegar a los 19.662, la diferencia a cubrir –más de 60.000 millones de euros al año– es tan estratosférica que ningún gobernante podría arañar de los Presupuestos Generales del Estado, salvo que metiese la motosierra de Milei para llevarse por delante todas las prestaciones sociales y a la mitad de los funcionarios. La de Trump no valdría porque su Administración ha acabado por resultar más cara que la heredada, y basta ver que a Elon Musk, encargado de la poda, la Gran y Hermosa Ley de su ya examigo le ha parecido demasiado grande y fea, tanto como para combatirla desde un partido propio.
La imposición de Trump a la OTAN (¿y por qué no un 6%) no es un asunto menor, como diría Rajoy, y en España apoyarla abiertamente puede quemar a cualquier partido por lo que el PP ha preferido no aclarar si la tendrá como referencia al llegar al Gobierno. Para su fortuna, el carrusel de acontecimientos lo ha borrado con la misma rapidez que se ha disipado el escándalo de Leyre, la fontanera del PSOE, a pesar de las portadas que le concedieron los medios y de que las televisiones interrumpiesen su programación para retransmitir su rueda de prensa en directo. Ni siquiera se percibe ya la polvareda sobre la decisión del Gobierno sobre la OPA del BBVA al Sabadell o las jugarretas de este último para vender cara su piel, desprendiéndose de su filial británica y regando con ese dinero los accionistas que se mantengan fieles. Y esto sucede ante los ojos pasivos de un regulador del mercado que debiera impedir taxativamente las maniobras defensivas a los opados.
En este río revuelto, el Banco Santander se ha encontrado inesperadamente con una situación perfecta para sus intereses. Al comprar TSB le complica la OPA a su rival, el BBVA, da uso a la liquidez que le había proporcionado la venta de su negocio en Polonia y se reafirma en Gran Bretaña, donde se acaba de convertir en el tercer banco del sistema, cuando hace unos pocos meses se rumoreaba su retirada del país.
Y como guinda, la recomendación de la OCDE a sus miembros de que trasladen a España sus producción industriales más intensivas en energía eléctrica, para ser más competitivos y poder competir con los gigantes asiáticos. ¿Pero no habíamos quedado en que aquí todo eso era más caro?
A la vista de todo esto, el problema ya no está en el descrédito de la política, sino en el descrédito de la realidad. Es casi imposible tomarse en serio lo que pasa.