¿Nos comeremos el suelo industrial?
En el último encuentro del Círculo Empresarial Cantabria Económica, el hasta ahora director general de Solvay, Jorge Oliveira, recordaba que dentro del enorme recinto de Solvay hay mucho espacio para el asentamiento de otras empresas. Lo mismo ocurre con el suelo que ocupó Sniace, unos 600.000 m2, de los que la futura planta de hidrógeno verde solo ocupará una pequeña parte. Son terrenos industriales consolidados, con todas las comunicaciones construidas y un emplazamiento estratégico. Pues bien, a pesar de esa reserva de suelo, a pesar del espacio que sigue libre en el polígono privado de Marina-Medio Cudeyo, en el de Reinosa y en otros recién ampliados, el Gobierno de Cantabria, parece decidido a convertir todas las mieses costeras en parques industriales.
Sin haber vendido una sola parcela del futuro Polígono de La Pasiega o del que va a surgir en Sierrapando al borde del nuevo ramal de autovía, anuncia que va a acelerar la tramitación de la segunda fase, hasta agotar los dos millones de metros cuadrados de la magnífica mies de Parbayón. Quizá estemos pecando de optimismo, si se tiene en cuenta que, al tiempo, se van ponen a disposición de una promotora de centros de datos 637.000 m2 de pradería en el perímetro de Santander, además de la ampliación en 160.000 m2 del PCTCAN; el polígono que Torrelavega está empeñada en llevar a cabo en Las Excavadas, las recientes ampliaciones de Los Tánagos (Val de San Vicente) y Vallegón (Castro Urdiales), los 50.000 m2 que la comunidad quiere comprar al SEPES en Reinosa y el terreno libre en otros parques empresariales. Sin olvidar los 100.000 m2 que quedarán vacantes en el Puerto al evacuar la Ciudad del Transporte o el suelo que dejó sin uso en Vioño el cierre de Cristalería Española.
Sumados son cerca de 5 millones de metros cuadrados, suficientes, casi, para duplicar el muy notable espacio que ha venido ocupando la industria cántabra en nuestro paisaje regional. Qué podríamos añadir si incluimos los 111 kilómetros cuadrados concedidos a Variscan para explorar las reservas de zinc, un enorme espacio que la región podría condenar por 30 empleos y que nos traslada al colonialismo minero del siglo XIX.
Nadie va a cuestionar la importancia de tener una reserva estratégica de suelo, pero habría que ser muy cautelosos antes de dar por sentado que cualquier mies de Cantabria es un lugar óptimo para poner un polígono, por respecto al medio natural, por su valor potencial agrario y turístico y porque no se corresponde con las necesidades reales. Ni siquiera en el que caso de que materializasen todos los proyectos que tiene sobre la mesa el Gobierno (lo que no va a ocurrir, y el propio Gobierno es consciente) necesitaríamos nada parecido. Las grandes fábricas del pasado, con extensiones infinitas, se han transformado en espacios industriales más compactos que requieren muchísima menos superficie, y ahí está el ejemplo de Solvay. La logística también debe evolucionar. Ya no tiene sentido que polígonos emplazados en primera línea de mar estén poblados por almacenes semivacíos que apenas generan actividad económica y empleo cuando podrían estar en otros lugares o mejor aprovechadas, igual que habría que trasladar los absorbidos por los cascos urbanos, como han hecho otras ciudades.
La industria sigue aportando una cuota muy importante en el PIB cántabro, y es vital conservarla, pero resultaría muy ingenuo suponer que va a crecer tan desmesuradamente que necesitamos duplicar el suelo industrial. La Pasiega es una apuesta que ojalá salga bien, pero nadie puede estar seguro de ello, porque quienes hoy se muestran interesados puede que ya no lo estén en 2030, al concluir las obras. Lo único cierto hasta ahora es que tendrá un sobrecoste de 13 millones –del que ya advirtió ADIF–, y con toda seguridad no será el único.
Una planificación parecida llevó en los años 80 a desarrollar mucho más suelo industrial del que podía absorber el mercado y durante mucho tiempo hemos convivido con carísimos páramos degradados. Los visitantes que llegan a la región seguro que no vienen a ver eso y el suelo natural que ahora se destruya no va a tener una segunda oportunidad. Hay que crear espacios industriales, pero con sentido común, y después de reordenar los que ahora están infrautilizados.
Alberto Ibáñez