El precio de la carne en origen se dispara
Los ganaderos cántabros que cambiaron leche por carne rentabilizan su apuesta
A pesar de que se han disparado las explotaciones de carne en Cantabria, y por tanto la oferta, nunca ha habido una evolución tan brusca del precio de los animales de carne en el Mercado Nacional de Ganados de Torrelavega. Si hace un año, los terneros cruzados de 1 a 3 semanas se vendían a 270 euros, el pasado mes de marzo lo hacían a 387,5. En esos doce meses, los añojos han pasado de 2,4 euros por kilo/canal a 3,6, y las vacas, de 2,9 a 4,1. No es una circunstancia anómala: el precio del ganado de carne se ha disparado en el mercado internacional.
Cualquiera ha podido comprobar cómo ha evolucionado el precio de las modestas hamburguesas en los restaurantes y quien hace la compra doméstica es consciente de que los solomillos van camino de convertirse en un producto de lujo. No es casual, porque el precio de la carne en origen se ha disparado. Eso es algo que va en beneficio de los muchos ganaderos cántabros que han decidido apostar por el ganado de carne (algunos de ellos abandonando la producción lechera). Pero la alegría no es completa porque también los costes se han incrementado sensiblemente.
El paso de la leche a la carne es un hito en el sector agrario regional, tradicionalmente lácteo. Un goteo diario que pasaba desapercibido y ya es incuestionable: en 2006 había en la región 102.924 vacas de leche y no llegaban a 63.000 las de carne; ahora las cifras se han invertido, con 50.058 de leche (datos de 2023) y 105.986 de carne.
Un desplazamiento semejante solo puede estar motivado por la rentabilidad (los ganaderos piensan que sale más a cuenta producir carne que leche) o por las circunstancias: no hay la mano de obra que requiere la leche o hay condicionantes a la producción. Ahora ya no hay límites para producir leche, como hubo mientras estuvieron vigentes las cuotas impuestas por la Unión Europea, pero no es fácil encontrar trabajadores que acepten los horarios tan dilatados y de siete días a la semana que requiere la producción láctea.
El traslado al negocio de la carne debería haber deparado una reducción de precios, por exceso de oferta, pero la realidad es exactamente la contraria, porque los mercados internacionales siguen demandando más de lo que se produce, a pesar de que en las mesas de las familias españolas el vacuno fresco evoluciona a la baja y ganan terreno otras carnes.
Curiosamente, en Cantabria se produce la menor ingesta de carne por habitante del país (31,3 kilos al año según el informe sobre el Consumo Alimentario en España, elaborado por el Ministerio de Agricultura, mientras que en Castilla y León ingieren 46,2 kilos por persona y el promedio nacional es de 39,1 kilos.
El consumo de vacuno sufre una fuerte caída en la dieta de los españoles
En parte, es consecuencia del menor consumo de aves y cerdo, ya que el de vacuno, está en nuestra comunidad –como en todas las del norte– muy por encima de la media nacional. Pero es cierto que esa prevalencia cada vez es menor, porque los consumidores buscan otras carnes más baratas.
Los datos del Ministerio de Agricultura indican que el consumo de vacuno fresco de los españoles (no se incluyen los preparados) es de tan solo 3,8 kilos al año, frente a los 10,5 kilos de pollo o los 8,6 kilos de cerdo. Ese 2022, los españoles gastamos 1.963 millones de euros en las compras de carne de vacuno (42,4 euros per capita), un 10,5% menos que el año anterior y la caída fue mucho más dramática si se mide en kilos (-19,3%), un evolución que aventura la práctica desaparición de la carne fresca en los menús en pocos años.
Un público cada vez más veterano
Es muy significativo que el consumo de vacuno se concentre cada vez más en personas mayores de 50 años (los jubilados, que siempre han tenido esta carne en su patrón alimentario casi duplican el consumo medio) y en hogares de renta media alta o alta. No obstante, es un fenómeno que, en mayor o menor medida, se produce con todas las carnes frescas: el consumo se reduce drásticamente por debajo de los 35 años y casi ha desaparecido en el menú de los más jóvenes, porque su ingesta de carne se concentra en alimentos procesados.
En conjunto, los cántabros gastamos 21,6 millones de euros en vacuno en 2022, una cifra relativamente modesta para la importancia que tradicionalmente han tenido estos productos en nuestra alimentación.
¿Qué está ocurriendo?
Si el mercado nacional tiene una tendencia claramente bajista, no parece lógico que se esté produciendo esta fuerte subida de los precios del vacuno que, a su vez, reducen aún más el consumo. Son muchas las razones que han venido a colaborar en ello.
La primera es lo que está ocurriendo en el mercado internacional. En Estados Unidos, el número de reses ha caído al nivel más bajo en años. A su vez, la menor producción ha incrementado la demanda de carne importada de Sudamérica y Australia, y no parece fácil que las barreras arancelarias impuestas por Trump puedan cambiar este rumbo, porque incluso en el caso de fomentar una política de crianza en el país, conseguir un cambio de tendencia llevaría entre dos y cuatro años, entre gestaciones, partos, engordes y generar más madres.
En la UE, la producción se ha reducido a mayor ritmo que el consumo, y eso mantiene los precios altos. En el Reino Unido, que padece el mismo problema, han subido un 43% en el último año.
Muchos países latinoamericanos sufren estas mismas tensiones, al añadirse al incremento de la demanda interna la de China, que el año pasado aumentó un 13% sus compras de vacuno en esa zona.
La pérdida de cabaña
A las tensiones de precios que genera el mercado exterior, se unen las circunstancias del mercado interno. La sequía golpeó duramente al sector español hasta hace un año y cuando las cosas parecía que no podían empeorar, las explotaciones se encontraron con la lengua azul y la enfermedad hemorrágica epizoótica (EHE). No solo se perdió una parte de la cabaña sino que, al haberse extendido a otros países, complicó la importación de reses.
No hay que olvidar tampoco que la enorme subida de los piensos tras la pandemia hizo que muchos ganaderos (también de leche) sacrificaran más cabezas de lo habitual, para tratar de descargarse de unos costes que no podían trasladar a los precios. Al haber menos reproductoras, era inevitable que bajase la oferta de carne.
En estos años marcados por la crisis sanitaria, la sequía, el encarecimiento del pienso y la escasez de pastos, España pasó de 6,45 millones de cabezas de vacuno a 6,17 millones y eso se tiene que notar en un país que, desde entonces ha ganado más de dos millones de habitantes.