Las coaliciones vienen para quedarse

Por: Alberto Ibánez

Israel se prepara para las terceras elecciones en un año. A pesar de haber ganado las dos primeras Netanjahu, el progresivo fraccionamiento de la cámara obliga a coaliciones entre competidores o contrarios, además de incluir a partidos ultrarreligiosos que consiguen muy pocos escaños pero que han acabado por tener la sartén por el mango, imponiendo en el país un sistema político-religioso poco comprensible en el ámbito occidental. Si cambiamos los partidos religiosos por los nacionalistas, podríamos encontrar algunas simetrías con lo que ocurre en España, pero, desgraciadamente, cada vez hay más espejos en los que mirarnos y comprobar que el mundo ha entrado en una fase nueva, en la que el fraccionamiento de las cámaras ha complicado extraordinariamente la formación de gobiernos.

En Gran Bretaña el Partido Conservador gobierna en minoría desde 2017, y para retener el poder se vio obligado a llegar a un pacto de apoyos puntuales con el ultraconservador Partido Democrático Unionista (DUP) de Irlanda del Norte, a cambio de destinar 1.000 millones de libras extra (1.115 millones de euros) al Gobierno norirlandés. Anteriormente, los conservadores habían estado gobernando en coalición con los liberales, porque tampoco tenían mayoría.

En Portugal han estado gobernando en solitario el Partido Socialista gracias a una alianza con los partidos a su izquierda, algo que se consideraba imposible hasta el punto que se llegó a bautizar despectivamente como geringonça (chapuza), pero que ha llevado al país a una inesperada etapa de estabilidad política y crecimiento.

En Grecia ha ganado la conservadora Nueva Democracia, pero en la anterior legislatura hubo una coalición sorprendente, la del izquierdista Syriza con los ultraconservadores de Anel, y el experimento duró más de lo que nadie pudo prever. Solo se rompió cuando Syriza aceptó que la antigua república yugoslava de Macedonia pasase a denominarse Macedonia del Norte, algo inaceptable para los de Anel, que se oponen a cualquier denominación que se asemeje a la Macedonia griega.

La incertidumbre y el empeoramiento de las condiciones de vida están acabando con la estructura política tradicional en todo Occidente.

Por muy extraño que parezca esta coalición, en Italia se produjo una parecida en la anterior legislatura, cuando los populistas de izquierda gobernaron en coalición con la ultraderechista Liga.

Bélgica estuvo 541 días sin gobierno al comienzo de la década y ahora tampoco lo tiene fácil, porque en las últimas elecciones ganaron los nacionalistas flamencos y ultraconservadores en el norte y los socialistas en el sur. Sus vecinos holandeses nunca han tenido un Gobierno de mayoría desde la Segunda Guerra Mundial. En la última legislatura ha gobernado una coalición de cuatro partidos y solo sumaban un escaño más de la mayoría, lo que indica lo extraordinariamente fragmentado que está ese parlamento.

En Alemania, uno de los pocos países donde siempre había mayorías claras, hace tiempo que solo es posible formar gobierno con la alianza de las dos fuerzas mayores (conservadores y socialistas) que han acabado por ser socios y rivales al mismo tiempo. El experimento no ha sido malo para el país pero es desastroso para los socialistas, que han perdido gran parte de su electorado.

En Austria el Gobierno de coalición entre conservadores y ultraderecha cayó en la pasada primavera después de que el vicepresidente fuese grabado en Ibiza concediendo contratos a un oligarca ruso a cambio de donaciones a su partido. Ahora gobiernan los conservadores en minoría, pero su situación es muy inestable.

En Finlandia hay una coalición de cinco partidos (las coalición son la tónica general en los países escandinavos) y los gobiernos están formados por varias fuerzas en prácticamente en todo el Este de Europa (Eslovaquia, Eslovenia, Letonia, Lituania, Bulgaria, Rumanía…) Solo en Hungría y Polonia hay mayorías absolutas pero las han conseguido formaciones populistas o de extrema derecha.

Todo ello indica que el orden político bipartidista surgido de la Segunda Guerra Mundial está en crisis, quizá porque el propio sistema occidental está en crisis desde que la globalización ha provocado que los europeos hayamos perdido la condición de centro de Universo, y que la riqueza que antes se concentraba en un continente, haya que repartirla cada vez más con los estados emergentes. Las más afectadas son, en cualquier caso, son las clases menos pudientes, que no pueden defender sus empleos frente a otros trabajadores que cobran mucho menos, aunque estén a miles de kilómetros.

El hecho de que España no haya tenido gobiernos de coalición hasta ahora era casi una rareza en este mundo que se complica cada vez más, y donde el descontento de unos se canaliza hacia el nacionalismo y el de otros hacia el populismo o al extremismo. Es evidente que si este malestar tuviese arreglo por vía política, no encontraríamos los mismos problemas en todos los países, por lo que cabe presumir que solo volverá la calma en el momento en que la población vuelva a vivir mejor de lo que vivieron sus padres y entienda que sus hijos tienen un futuro despejado, algo que ni se da en España ni en muchos otros países, así que tendremos coaliciones inestables por mucho tiempo.

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