El resurgir de la cantería
Aunque parecía desplazada por materiales más baratos, funcionales y fáciles de trabajar, la piedra se resiste a perder protagonismo en la construcción. Y si bien los tiempos de esplendor de la cantería quedan lejos, los sucesores de aquellos trasmeranos que dejaron su impronta en catedrales y palacios mantienen viva una tradición que cuenta con especial arraigo en esta tierra, aunque adaptándose a las exigencias del mercado.
Los modernos canteros han encontrado en el revestimiento de fachadas y en los muros de cerramiento un modo, más prosaico que el de sus antecesores, de ejercer su profesión.
A una estirpe de canteros que con él ha llegado a la tercera generación pertenece Benito Vallejo para quien el resurgimiento de su oficio no tiene otro motivo que la capacidad de los bolsillos particulares de afrontar los mayores costes que supone revestir su vivienda con un chapado en piedra. Allí donde el uso de un mortero monocapa no pasa de las cuatro mil pesetas por metro cuadrado, la utilización de un revestimiento de caliza con un grosor de tres centímetros –el más común–, no baja de las once mil, mientras que para grosores de quince a veinte centímetros –que ya se consideran piedra maciza– puede alcanzar las 20.000 pesetas/metro cuadrado.
A cambio de este encarecimiento, la vivienda adquiere el atractivo de un material noble, de gran valor estético y al que le sienta bien el paso de los años.
Medios modernos y técnicas añejas
Si la colocación de sillares en un muro de mampostería se sigue haciendo como hace siglos, la extracción de piedra en las canteras o su preparación previa se han beneficiado de las comodidades que aporta la maquinaria moderna. El uso de sierras circulares o amoladoras ha simplificado mucho la tarea de cortar el sillar con las medidas y la forma necesarias, un trabajo que antes precisaba de un cajeo con cuñas y de un golpeo manual. Lo que no ha variado es el ojo certero que ha de identificar la veta por la que se debe realizar la fractura.
También se ha industrializado el acabado superficial de la piedra, aunque aún es frecuente el toque artesanal para conseguir los relieves abujardados, apiconados, etc. con que se presentan los sillares.
El acarreo de un material tan pesado es otro de los apartados en los que más ayuda han prestado los medios modernos. Las carretillas elevadoras han convertido en historia las tradicionales barras y rodillos con que antes se movía la piedra.
Aunque se haya facilitado la manipulación del material, hay aspectos que no varían con el paso del tiempo y uno de ellos es el laborioso esfuerzo que supone poner en pie un muro de sillares macizos desconcertados; un tipo de armado sin junta (a hueso en la terminología del oficio), que pone a prueba el oficio de cualquier cantero.
Benito Vallejo se enfrenta ahora a ese reto en un chalet de Elechas. Cuando la obra termine, el muro tendrá cerca de 500 metros cuadrados de piedra arenisca y habrá requerido el trabajo de cuatro operarios durante todo un año, lo que da idea del elevado precio que alcanzan este tipo de encargos, por lo demás no muy frecuentes.
“En el mundo de la piedra la elaboración es lentísima, por la cantidad del tiempo que requiere” –señala Vallejo–. “La fama es que los canteros ganamos muchísimo, pero si se relaciona tiempo y dinero no está proporcionado. Hoy cualquier gremio gana tanto o más que nosotros”, concluye.
Canteras y material de derribo
La arenisca y la caliza están presentes en la mayor parte de las obras de cantería que se ejecutan en la región. Aunque Cantabria es más rica en caliza, también cuenta con notables canteras de arenisca, sobre todo en la zona de San Pedro del Romeral. La calidez y las tonalidades de esta piedra con que se construyeron las iglesias y colegiatas románicas, la hacen favorita de muchos de quienes optan por la piedra para decorar sus fachadas. También lo es de los canteros, que encuentran en ella un material mucho más moldeable que la dura caliza. En lo que sí se asemejan es en el precio, que en ambos casos viene a rondar las cuatro pesetas kilo a pie de cantera.
Otra forma, cada vez más habitual, de proveerse de materia prima es utilizar materiales de derribo; viejos sillares ya tallados por la mano del hombre, que extraídos de casas en ruinas en cualquiera de los muchos pueblos semiabandonados de la zona norte de Castilla o de la propia Cantabria, recobran la utilidad en una nueva construcción.
Aquí el precio se dispara, y multiplica por cuatro el que se paga en cantera. Y es que los propietarios de esas casas en ruinas han aprendido a valorar la importancia de unos materiales que antes prácticamente regalaban a cambio de que el avispado empresario les hiciera ‘gratis’ el derribo y el traslado de los escombros.
Sea cual sea el origen de los materiales, lo cierto es que la demanda de trabajos de cantería va en aumento en el Norte de España, donde la piedra ha formado siempre parte de la tradición arquitectónica.
Vallejo, que comenzó a trabajar en 1982 y cuenta con doce operarios, es partidario de aprender el oficio trabajando en empresas como la suya y se muestra escéptico sobre la eficacia de las Escuelas Taller. En su opinión, una ayuda pública destinada a fomentar el aprendizaje de estos futuros artesanos en pequeñas empresas sería mucho más efectiva que la proliferación de escuelas.
Lo que nadie puede suplir es el interés que debe despertar este noble y eterno material en quien trabaja con él, una pasión que Benito Vallejo verbaliza con estas palabras: “La piedra hay que vivirla, tiene que gustarte el material. Para mí lo más gratificante del día es cuando terminas la jornada de trabajo, quedarte ahí, mirándolo… Estas creando vida”.